Agua es sinónimo de vida: si en algo no se han escatimado esfuerzos es en hacer garantizar el suministro y almacenamiento de agua. Llevarla a Madrid desde la Sierra fue un empeño recurrente desde el último tercio del siglo XVIII, cuando se sucedían nuevas ideas, nuevos planteamientos, ingenieros con proyectos novedosos que cubrían las carencias de los anteriores. Pero pasaba el tiempo y corrían los años centrales del siglo XIX sin alcanzar una solución. Las intentonas, resumió un cronista, “tropezaban con no pocas dificultades, de las que acaso fuera menor la de la falta de dinero que la de la falta de fe”. Y así fue hasta 1851, cuando el viejo empeño fructificó con las primeras obras de la presa del Pontón de la Oliva, en Patones, en el mismo paraje del que ya arrancaba otro canal, el de Cabarrús.
En la construcción participaron 1.500 presos, 200 obreros libres y 400 bestias y, en el marco de una precariedad acuciante, agravada por epidemias e inundaciones. Tras una épica batalla contra la adversidad, inmortalizada por el fotógrafo británico Charles Clifford, después de cinco años, bajo la batuta del ingeniero Lucio del Valle, se terminaron las obras de la presa. Y dos años más tarde, en 1858, se inauguraba por fin, en la calle de San Bernardo, la traída de aguas a Madrid. Pero tanto esfuerzo denodado tuvo un premio poco generoso, pues el terreno en el que se sitúa la presa del Pontón favorecía las filtraciones y el agua se perdía irremediablemente, por lo que pronto hubo que buscar otra solución más práctica y abandonar este primer embalse. De aquella aventura nos queda hoy un imponente muro de presa abandonado que forma parte del paisaje que, en primavera, con el deshielo, premia al visitante con uno de los saltos de agua más hermosos de toda la Comunidad.
De camino a la presa de El Villar, nuestra próxima estación, pararemos en El Berrueco, para visitar su didáctico Museo del Agua. Allí, mediante maquetas a gran escala, entenderemos de un vistazo la verdadera magnitud de esta empresa de llevar el agua a Madrid desde setenta kilómetros de distancia.
El Pontón de la Oliva, decíamos, es un lugar único, pero no es el único lugar que recuerda los orígenes del Canal. Para resolver el problema de filtraciones se construyó, desde 1868, la presa del Villar, cerca de Mangirón. Fue una presa técnicamente adelantada a su tiempo y enclavada, además, en una garganta espectacular en la que la propia presa se integra, con una arquitectura elegante llena de detalles inusuales en obras eminentemente prácticas.
Nuestra última parada nos llevará a otro embalse, más reciente, pero igualmente importante para el Canal: el de Puentes Viejas, cerca de Paredes de Buitrago. Construido en los primeros años del siglo XX, garantiza la pureza de las aguas que llegan a El Villar y comparte con este último motivos decorativos que podremos admirar gracias a que el estrecho paso para vehículos en la coronación de presa cuenta con una acera para viandantes.
En esta corta ruta hemos comprobado cómo, al fin, aquellos pioneros tuvieron el premio de llevar el agua del Lozoya hasta Madrid, demostrando cuánto de cierto hay en aquellas palabras que escribió Lewis Carroll: “Siempre llegarás a alguna parte… si caminas lo bastante”.
(El Museo del Agua se sitúa en la oficina de turismo de El Berrueco; es preciso concertar cita previa llamando al 918686064. En la web del Canal de Isabel II puede descargarse el libro con las fotografías de Charles, aquí: https://www.canaldeisabelsegunda.es/publicaciones).