Fidel Torres / Periodista

Te reencuentro, Lorencito, tostadito como un grano de café La Estrella, sano como una manzana, o sea, lleno de vitamina A y C, fósforo, calcio, hierro y potasio, y tan contento y alegre como las castañuelas de Lucero Tena en “La boda de Luis Alonso”. Dime qué ha pasado o, mejor, dónde y cómo has pasado estas vacaciones de verano que tan bien te han pintado.

– Reconozco ¡oh! perspicaz, sagaz, agudo y sutil (por este orden) maestro, que me encuentro en un gran momento de mi vida y que estas vacaciones de dos semanas (el presupuesto no da para mucho más) me han sentado como un guante. Así que tanto el color tostado que muestra mi cuerpo como la luz deslumbrante que irradia mi espíritu son consecuencia directa de mi estancia en la localidad valenciana de Gandía, en donde he disfrutado tanto de su infinita, blanca y limpia playa, como de la historia y cultura de esta localidad donde, entre otros personajes de la historia patria, residieron los Borja. Pero yo también le veo, maestro en la artimaña del “sonsaque”, bien estabilizado tanto en salud corporal como en agudeza mental, ¿también producto de estos días de asueto, me pregunto?

– Pues no lo sé. Quizás. Pero yo no he tenido vacaciones. Al menos como el pueblo llano las entiende, me he mantenido encerrado en casa.

– ¿No ha hecho algo distinto al resto del año?

– Bueno sí. Aunque yo en realidad estoy de vacaciones durante todo el año, puesto que no dependo de nadie para moverme o dedicarme a lo que me gusta (ventajas de la jubilación laboral), pero aun así, sí he considerado la primera mitad del mes de agosto como unas vacaciones y lo he dedicado, cerradas puertas y ventanas para combatir el calor, junto con un ventilador de techo como los que se usaban en Rangún o Saigón allá por los años 30-40 del siglo XX, y unas latas de Coca-Cola Zero, a leer por fin un libro que ha estado esperando cuatro años a que me decidiera a darle su oportunidad. Y lo he conseguido, aunque me ha costado lo suyo.

– ¿Puedo saber el título?

– Sí. “El mundo de ayer”, de Stefan Zweig. Me lo había regalado una persona muy cercana y consideraba una obligación leerlo. Era algo que, además, yo tenía previsto hacer desde hacía años y lo había ido dejando. Por fin lo he conseguido y, aunque parezca mentira me he quitado un peso de encima.

_ Pero, ¿le ha gustado o no? Porque eso de quitárselo de encima suena como si le hubiese decepcionado.

– Sí me ha decepcionado, pero por culpa mía. Me había hecho una idea distinta de lo que es. Esperaba otra cosa. Estaba mal informado sobre lo que me iba a encontrar. Por otra parte para disfrutarlo en profundidad hay que conocer, al menos, una parte importante de la obra de Zweig y yo no he leído nada de él. Así que mea culpa. Pero dejemos esto y háblame de Gandía.
– La playa, como todo el mundo sabe, tiene más de siete kilómetros, es de arena muy fina y blanca, y desde los años 60 ha sido la preferida de los madrileños. Pero además, como tiene más de 100 metros de anchura, se pueden practicar en ella muchos deportes, cosa que he aprovechado pues tomar sólo el sol nunca lo hago. Necesito moverme.

-Y por eso, deduzco, que has visitado algo más que la playa y sus chiringuitos cerveceros.

-Exacto. Me he acercado un par de días a Gandía, la ciudad original que está separada del puerto unos seis kilómetros.

– …y has visto?

– Pues, además de pasear por el centro histórico, he visitado tres lugares imprescindibles que me han sorprendido tanto como me han gustado: el Palacio Ducal de los Borgia, el Museo de Santa Clara y el Museo Fallero. Tanto el palacio como el Museo fallero me han impresionado, sobre todo porque no esperaba algo así en una población que sólo conocemos por su playa.

– La verdad es que los españoles nos conocemos poco y nos valoramos menos. No está mal descubrir cosas como esta.

– Aunque parezca una tontería, lo que más me gustó del palacio fue el guía que tuvimos. Una maravilla por sus conocimientos y la forma de explicarlos: conciso, claro y ordenado. Nos indicó que el palacio había sido declarado Bien de Interés Cultural en el año 1964, estando formado por un variado muestrario de estilos arquitectónicos, gótico de los siglos XIV y XV, renacentistas del XVI, transformaciones barrocas de los siglos XVII y XVIII, y reconstrucciones neogóticas de finales del siglo XIX y XX. Me gustó mucho.

– ¿Y el Museo Fallero?

– Desde luego merece mucho la pena. No es muy grande pero está muy bien montado, porque no es una mera exposición en frío de muñecos, sino algo interactivo (impresiona una reproducción del sonido de una “mascletá” que deja al visitante con el corazón encogido) y muy didáctico. No es un almacén sino un gran centro cultural. Merece la pena. De verdad.

– Bien, Lorencito, bien. Me alegro de tus locuras de verano. Enhorabuena y hasta la próxima.

*Dedicado a Oliva Carretero que tantos años ha disfrutado de Gandía y, seguro, que tantos le faltan por disfrutar aún.