Francisco Javier Morales

Francisco Javier Morales Hervás/ Doctor en Historia

Para los amantes del patrimonio uno de los hechos más reconfortantes es el encontrar singulares joyas patrimoniales en los lugares más inesperados. Se trata de enclaves que conocemos, por los que hemos transitado frecuentemente, hasta que un día nuestros sentidos están más despiertos y logran reconocer un elemento que les atrae con fuerza. Sin duda, para muchas personas uno de estos ejemplos lo constituye la Ermita de Santa María la Antigua, que se encuentra en Carabanchel, que dejó de ser un municipio independiente para convertirse en distrito madrileño en 1948.

A pesar de pertenecer administrativamente a la capital, Carabanchel tiene un sabor propio, una personalidad muy marcada, fruto de una dilatada e intensa historia, buena parte de la cual tiene su epicentro en el entorno de la ermita que centra nuestro interés, donde se han encontrado vestigios de época carpetana, romana, visigoda e islámica.

A partir de finales del siglo XI estas tierras pasaron a ser controladas por los cristianos, pero en ella permanecieron durante siglos un buen contingente de población musulmana, que dejó su impronta en obras como este templo medieval, cuya construcción corresponde, básicamente, al siglo XIII. El sur de la Comunidad de Madrid no cuenta con un número significativo de elementos arquitectónicos encuadrables en el estilo románicomudéjar, por ello este edificio presenta un valor extraordinario, pues se trata del templo mudéjar más antiguo y mejor conservado de este territorio.

santa-maria-la-antiguaEn la actualidad podemos disfrutar de su visita en el cementerio de Carabanchel, donde cumple la función de capilla. Presenta una sencilla planta rectangular dividida en tres naves, que culmina en un ábside semicircular cubierto con bóveda de cuarto de esfera. Las tres naves se separan por cuatro pilares y están cubiertas por una techumbre de madera, una bella realización mudéjar que destaca por su sencillez y excelente ejecución. La maestría en el trabajo de la madera también se puede contemplar en la zona del coro, donde se han conservado algunas vigas decoradas con pinturas, en las que se han podido conservar algunas escenas dedicadas a San Isidro, además de ciertos motivos geométricos.

Fiel al modo de construcción mudéjar, la mayor parte de los muros originales conservados están realizados en mampostería con verdugadas de ladrillo. En el exterior destaca su bella portada de ladrillo con tres arcos de tamaño decreciente, ofreciendo el central una decoración polilobulada. Los  arcos están enmarcados por un alfiz rectangular. Otro de los elementos más llamativos de este templo es su torre que como el resto del edificio está realizada con mampostería y ladrillo, aunque el cuerpo superior, donde se ubican las campanas, está realizado sólo con ladrillo.

En el interior debemos destacar la presencia de interesantes restos de pinturas medievales, que se han podido recuperar parcialmente en algunas labores de restauración realizadas a comienzos del presente siglo. Parte de estas pinturas aparecieron en la zona del ábside, detrás de donde actualmente se ubica un retablo barroco, pero su temática no se puede concretar pues lamentablemente su estado de conservación es precario, aunque nos ayudan a comprender el aspecto original que debía tener la ermita en la época medieval. También se conserva un pozo medieval que, según la leyenda, fue utilizado por San Isidro, santo al que la tradición vincula con este templo al localizar
en este lugar dos de los milagros que se le atribuyen: el del lobo y el de la hogaza de pan. En cualquier caso, sí podemos considerar milagroso que con todos los avatares históricos y los desmanes urbanísticos de otros tiempos aún podamos disfrutar de esta obra excepcional del patrimonio del sur de Madrid.

Fotos: Dirección General de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid