Todo está preparado. Después de una dura jornada de trabajo los animosos espectadores almagreños están dispuestos para conocer la última obra del afamado Lope de Vega, “El castigo sin venganza”, en el espacio escénico que se construyó tres años antes (1628) en esta bella localidad del Campo de Calatrava que, gracias a la labor de los Fugger y de todo el entramado de comerciantes, caballeros y hombres de negocios que les acompañan, cuenta con una rica vida cultural desde finales del siglo XVI.
Como mandan las ordenanzas, el público está dividido en dos áreas diferenciadas: por un lado los hombres que se agolpan en la zona del patio y por otro las mujeres que tienen reservado el espacio conocido como la cazuela, frente al escenario. Esta separación se produce con el fin de evitar tentaciones que suelen acabar en desagradables incidentes. Además, hay varios vigilantes que acompañados de grandes garrotes se encargan de mantener el orden. Los nobles e hidalgos ocupan los palcos de la parte superior, separados por discretas celosías; de este modo tienen una mejor situación para contemplar sin problemas la obra y de paso pueden evitar el contacto con el pueblo llano.
En ese primer tercio del siglo XVII España no está viviendo su mejor época, tanto desde el punto de vista político como económico, pero la contribución de enormes genios creativos el arte y la literatura lograrán producir algunos de los mejores productos de nuestra historia. Y de ello saben disfrutar en Almagro, gracias a contar con uno de los espacios más atractivos para disfrutar del arte dramático.
Esto sucedía hace 300 años, pero, afortunadamente, en la actualidad podemos seguir mostrando con orgullo a todo el mundo un elemento único y emblemático de la historia del teatro, hasta el punto de que podemos afirmar que hoy día sería difícil entender en toda su dimensión el teatro barroco en nuestro país sin la existencia de este extraordinario espacio escénico.
Cuando desde la maravillosa plaza mayor de Almagro accedemos al Corral de Comedias atravesamos un zaguán empedrado y en unos pocos pasos una especie de túnel en el tiempo nos traslada con facilidad a tres siglos atrás. En este lugar es fácil sentirse como un espectador barroco que se siente embriagado por el ambiente mágico que se crea en un espacio donde predomina el característico tono almagre típico del terreno con el que, por ejemplo, se recubren los 54 pies derechos de madera que se apoyan sobre un basamento de piedra que les protege de la humedad y que sostienen buena parte del entramado arquitectónico de este conjunto. La escena está estructurada en dos alturas, adaptándose perfectamente a la concepción teatral del barroco.
Tan sólo ciudades notables de los siglos XVI y XVII como Madrid, Alcalá de Henares y Valladolid contaban con espacios escénicos como esta joya almagreña, que ha sido la única que nos ha llegado casi en su totalidad, ayudándonos de este modo a entender mejor el ambiente y las condiciones para las que fueron elaboradas muchas de las grandes obras dramáticas del teatro barroco.
La trascendencia de este espacio hizo que hace 60 años fuese declarado monumento nacional, que desde 1978 acoge cada mes de julio el Festival Internacional de Teatro Clásico, cita obligada para los amantes de la cultura de calidad, aunque cualquier momento del año puede resultar apropiado para realizar una visita a este lugar pleno de historia y creatividad que nos invita a disfrutar de todos los sentidos, sobre todo si antes hemos degustado las exquisitas berenjenas del terreno.