Carlos Caballero /
Arqueólogo
Colegio de Profesionales
de la Arqueología

En lo más alto de Colmenar Viejo, recortada sobre el fondo de la Sierra de Guadarrama, destaca la torre de la Basílica de la Asunción de Nuestra Señora: esa imagen, que se yergue como un hito que señala el final del camino desde varios kilómetros antes de llegar, no es más que un “pequeño” anticipo de lo que espera al viajero.

Veremos al llegar que nos recibe un edificio imponente, tanto por sus dimensiones, inusuales en toda esta parte de la sierra, como por sus valores artísticos. Esa misma torre que veíamos desde la distancia es una de las mejores muestras de todo el Renacimiento en la Comunidad de Madrid, y quienes la han estudiado la consideran obra de uno de los grandes arquitectos del momento, Rodrigo Gil de Hontañón, a quien debemos obras como la Catedral Magistral o la fachada de la Universidad cisneriana, ambas en Alcalá de Henares. Otros investigadores ven en esa torre colmenareña la huella del trabajo de alguno de los discípulos de Hontañón, como Juan Campero, autor de otras torres cercanas, como las de Guadalix de la Sierra o Torrelaguna. Si conseguimos subir hasta lo más alto y abrirnos paso entre las gárgolas y los pináculos que flanquean al chapitel, tendremos una vista espectacular de la sierra de Guadarrama y de la llanada hacia Madrid, cuyas Cuatro Torres despuntan en el horizonte.

Las investigaciones realizadas, varias de ellas en los dos últimos decenios, al tiempo que diversas restauraciones de la iglesia, coinciden en que el templo actual se habría construido sobre los restos de otro anterior, y se habría comenzado en los años finales del siglo XV. Se trata, además, de uno más de los grandes monumentos promovidos por los Duques del Infantado, los Mendoza, a quienes pertenecían también el castillo de Manzanares el Real o el Palacio que, en Guadalajara, lleva el nombre del Ducado. Muchos especialistas han visto en estos tres edificios, cuyas fachadas recorren siempre cornisas adornadas con características bolas de granito, la mano maestra de otro de los grandes arquitectos del momento, Juan Guas, al que se atribuye toda la fase inicial de la Basílica colmenareña.

Izq.: Un detalle del interior (Foto: Carlos Caballero). Centro y dcha.: Torre e imagen del magnífico retablo del templo.

El estilo de Juan Guas se aprecia especialmente en la portada principal de la iglesia, la del lado norte, entre cuya delicada filigrana se distingue el escudo de los Mendoza. La portada lateral, conocida como “de los novios” y protegida en un recoleto patio por la torre y la caja de la gran escalera por la que se sube al coro, es también un destacado ejemplo del gótico final. Sin embargo, en la actualidad, el acceso a la iglesia se realiza, habitualmente, por la más sencilla de todas las puertas, la meridional, conocida como “del Sol”. El interior del templo es sobrecogedor, tanto por sus dimensiones, como por las características de su construcción. En el encuentro entre el crucero y la nave central se aprecian las dos fases principales de la iglesia, ambas del siglo XVI, aunque en contra de lo habitual, aquí la más moderna corresponde al crucero y a la cabecera. Sería obra de otro de los grandes artífices de este periodo, Hanequín de Cuéllar, autor del castillo y de la iglesia de San Francisco de la localidad segoviana que lleva el arquitecto por apellido.

Al viajero le aguarda aún, tras el altar mayor, una nueva sorpresa: la obra maestra que nos queda por ver es el excepcional retablo del altar mayor, sobrepuesto a pinturas góticas localizadas en una restauración reciente: la obra, del siglo XVI, atribuida a uno de los grandes escultores españoles del Renacimiento, Francisco Giralte, se exhibe hoy como otra de las cumbres de ese periodo en territorio madrileño.

Izq.: Vista desde la torre de la iglesia. Dcha.: Fachada oeste.