Virginio García Herrera nació en Almagro, pero sus horizontes, desde muy pronto, se encontraban fuera de esta ciudad. Con apenas 18 años marchó a Madrid y el destino quiso que encontrase trabajo en una tintorería, oficio que le pareció tan bueno como cualquier otro. Estamos hablando de los años 20 del siglo pasado. Como todos podemos suponer la tecnología que en esta industria se utilizaba hace casi 100 años poco tenía que ver con la actual. Según hemos podido descubrir, a través de algunas fotografías antiguas que circulan por internet, todo se reducía a una nave en la que se alineaban varias tinas con agua y distintos compuestos químicos (en muchas de ellas estaba prohibido fumar), por las que iban pasando las diversas piezas de ropa para su lavado y tinte, algunas planchas, mesas en los que se manipulaba la ropa (vestidos, trajes y sombreros), limpieza al vapor (planchas de carbón) y mucho agua, jabón y cepillo.
Tras años de trabajo y aprendizaje, considerando que ya dominaba el oficio, Virginio decide regresar a su tierra. Así desembarca en Ciudad Real capital en el año 1924 y se instala en la calle Real nº 24, esquina a la plaza Belmonte. Unos tres años después contrae matrimonio con María Abaurrea, con la que tiene cuatro hijos: Esther, Abelardo, Honorio y José Antonio.
El negocio era realmente modesto, dedicado casi en exclusividad al teñido de ropa, además de la limpieza de prendas por sistemas realmente artesanos, pues como ahora nos comenta Abelardo, “entonces todo era a base de agua, jabón y cepillo”. El tipo de prendas que principalmente llegaban al establecimiento eran los trajes, ropa de vestir. Este punto es importante destacarlo, puesto que entonces no existía la ropa de sport, sólo la de diario, de trabajo, y los trajes para los días de fiesta. Excepción, claro está, de quienes por su profesión o estatus social vestían de traje todos los días que, proporcionalmente, eran más personas que ahora.
Dos años estuvo el negocio (que según Abelardo eso de negocio es un nombre muy rimbombante) en la calle Real y de allí pasa a la actual calle Toledo, que entonces se llamaba General Espartero. A partir de ahí comenzó su crecimiento para terminar convirtiéndose en una importante empresa, pues llegó a contar con una media de 15 obreros, a quienes habría que sumar los propios trabajadores de la familia. Pese a ello toda la maquinaria con la que se contaba en aquel momento era una “centrífuga” y varias planchas de carbón (con lumbre dentro). Seguimos hablando de tintorería, algo que nada tiene que ver con lo que con el paso de los años, terminaría siendo una lavandería industrial.
Abelardo, que es quien nos cuenta todo esto, contaba con 12 años en el año 1944, edad a la que comenzó a trabajar en este negocio familiar como recadero, y chico para todo, aunque fuera del horario escolar. Como trabajaba en las calderas que se utilizaban para teñir la ropa, (los trajes y abrigos cambiaban de color cada año y ese era el estreno que muchas personas podían permitirse, no olvidemos que hablamos de los peores años de la posguerra), y no alcanzaba a manipular bien la vara con la que tenía que revolver las prendas en la tina, tenía que hacerlo subido a un cajón, desde el cual atendía al proceso de teñido. Al final su padre terminó haciéndole una caldera a medida de su estatura.
“Entonces la gente se compraba una prenda cada 20 años, pero esto, con el tiempo, cuando la situación económica fue mejorando, dejó de hacerse. En los últimos años tuvimos que dejar de teñir porque muchas personas llevaban prendas y después no pasaban a recogerlas; esto hará unos 20 años”, nos cuenta Abelardo.
Al regreso de cumplir el servicio militar, aproximadamente en 1953, Abelardo se reincorpora al negocio familiar. Unos años después su hermano José Antonio, que era corredor de Comercio y se encontraba en Madrid, se viene a Ciudad Real y se une a la empresa familiar desempeñando, como uno más, todo tipo de trabajos además de llevar la contabilidad. Son, pues, el fundador, Virginio, y sus hijos José Antonio y Abelardo, los que, hombro con hombro, lanzan hacia arriba el negocio.
Pero los años van haciendo mella en el fundador de la empresa y Virginio decide adelantar la jubilación en un momento en el que el negocio funcionaba realmente muy bien quedando éste en manos de los dos hermanos, ya que sus otros dos hijos, Esther y Honorio eligen caminos distintos en su vida.
Pero antes de seguir tenemos que hacer mención a una anécdota tan curiosa como, en estos momentos, inexplicable. Es llamativo el gran número de tintorerías que, en toda España, llevan el nombre de Madrid. Al igual que esta. Sin embargo el nombre inicial, tal y como todavía puede leerse en un cartel que estuvo expuesto en un despacho que en un tiempo la tintorería tuvo abierto en la calle Ciruela, era Tintorería Paris -Madrid, tal vez por la buena fama que las tintorerías francesas tenían en toda Europa. El caso es que nada más terminar la guerra civil, dos personajes del nuevo régimen político, (no olvidemos que Ciudad Real perteneció durante todo el conflicto al bando republicano), paseando por la calle de Toledo toparon con dicho letrero y, suponemos, les debió resultar muy poco patriótico, porque inmediatamente obligaron a Virginio a descolgar el cartel y eliminar la palabra París. Sin más explicaciones. Desde entonces fue Tintorería Madrid a secas y, la verdad, el servicio que siguió dando fue el mismo.
Ya en manos de los dos hermanos el negocio sigue creciendo en los años 60 y 70 por lo que el espacio de trabajo cada vez se quedaba más pequeño y las instalaciones, entre ellas la eléctrica, muy anticuadas, lo que obliga a trasladar el negocio a la nave en la que se encuentra actualmente, en la carretera de Toledo. Esto fue hace 35 años y coincide con el momento en el que el negocio alcanzó su mayor expansión, dotándosele de la maquinaria más moderna por lo que durante estos 30 años ha sido, una de las más importantes lavanderías industriales de la provincia.
Pero este éxito no llegó de casualidad. Se basaba tanto en el trabajo de José Antonio y Abelardo, como en el trato que siempre se tuvo con los trabajadores. “Durante todos esos años, en Tintorería Madrid consideramos a todos nuestros trabajadores como de la familia, funcionábamos como si todos fuesen de casa. Nos ayudábamos y sustituíamos en el trabajo según necesidades, no hubo nunca problemas laborales. Sin embargo todo esto cambió hace unos años y la crisis también ha contribuido mucho a
que el negocio ya no sea como antes. Hubo momentos en los que llegamos a tener hasta 8 planchadoras, y varias de las trabajadoras que se casaron siguieron trabajando con nosotros. Algunas entraron a trabajar de jóvenes y se han jubilado con nosotros”, afirma Abelardo, un enamorado de la profesión que ahora, por motivos sentimentales, y jubilado ya hace bastantes años, procura pasar lo menos posible por la nave, y menos desde que falleció su hermano, junto con el que llevó la empresa a lo más alto de su éxito.
Pero como todo buen negocio familiar ha de perpetuarse en el tiempo, a Abelardo le ha sustituido al frente de Tinte Madrid su hijo Jesús, ya que sus otros tres hijos, al igual que sus sobrinos, no han querido seguir en el negocio. Por eso a Jesús le ha tocado mantener viva la empresa en unos tiempos especialmente duros y convulsos, en plena crisis económica, con dificultades de todo tipo y luchando a brazo partido para mantenerse entre los mejores del sector, lo que sin duda conseguirá porque si algo le sobra es experiencia pues está trabajando en el negocio desde que tenía 15 años.
Fotos: Hijos de Virginio García