Fidel Torres / Periodista

Supongo, Lorencito, que de igual forma que te chiflan los carnavales y, como un poseso, te lanzas a la calle para disfrutar de la popular fiesta, aprovecharás la Semana Santa para disfrutar tanto de las procesiones como de los actos litúrgicos. Al fin y al cabo son dos caras (Careta y Cruz) de la misma moneda. ¡Vamos, digo yo!

-Pues no estoy tan seguro, oh sabihondo maestro, de que quien disfrute con los carnavales deba hacerlo con la Semana Santa. Y ya que me lo pregunta (ladino interrogador) le diré que aprovecho esos días de asueto para solearme en la playa más cercana que me caiga a mano.
– Vamos, que de religiosidad ni un pelo.
– Soy creyente, pero la verdad que no muy practicante. No tengo muy claro que todo lo que se ve en la calle durante esos días, me refiero en concreto a las procesiones, sea todo profundamente religioso.
-Al menos los Santos Oficios, que tienen lugar dentro de los templos, sí son religiosos al cien por cien.
-Sí. Y de hecho me gustan, pese a que al repetirse año tras año llega un momento en el cual uno puede caer en la rutina. Pero hace mucho tiempo que no asisto. Desde mi primera juventud. Como he dicho antes, para mí la Semana Santa es una semana de vacaciones. Siempre me he buscado la vida para poder largarme a la playa.
– A la juerga, vamos. Al chiringuito y la discoteca.
– Pero maestro, eso no es un pecado. Aparte de la libertad que tiene cada hijo de vecino (al menos en democracia, aunque al parecer en tiempos de Franco también la gente viajaba durante esos días), la Iglesia tampoco te obliga a participar en las procesiones.
– Y volviendo a éstas no estás convencido de que todo sea profundamente religioso.
– Pues no. No es lo mismo desfilar en una cofradía que estar en la acera viendo pasar la comitiva como si de un circo se tratara. A veces me da la sensación de que el público se entusiasma lo mismo con una procesión que con el desfile del Domingo de Piñata. Tienen todo el derecho del mundo a hacerlo, pero creo que la religiosidad brilla, en numerosos casos, por su ausencia.
-O sea, jovenzuelo discotequero, que consideras que las procesiones deberían estar cargadas de un profundo sentimiento religioso, tanto por parte de los actores como de los espectadores.
– Sí. A veces me parece que la línea de separación entre el sentimiento religioso y el mero espectáculo turístico no está muy clara. El hecho de que haya tanto interés, (precisamente por parte de las autoridades civiles), en declarar una Semana Santa de interés turístico, ya sea regional o nacional, con el fin de llenar hoteles, demuestra que, al fin y al cabo, se está comercializando la religión. No sé si me explico.
– Sí, Lorencito, te explicas muy bien. Lo que no sé es si todo el mundo estará de acuerdo con esta opinión.
– Es mi opinión y creo tener derecho a ella. Jamás he criticado, y menos coaccionado a nadie, para que no acuda a una procesión o a cualquier acto religioso. Allá cada cual. Tampoco a mí me ha presionado nadie para asistir a ellas. Pero ya que me achucha me gustaría cerrar esta cuestión (religión/turismo) con una cita de Jesucristo, personaje que creo algo tiene que ver en este asunto: “Por sus obras les conoceréis”. Y no digo más.
– Pues punto en boca, chaval.
– Y usted, astuto y taimado maestro, ¿qué piensa hacer durante esos días? Si no tiene a mal dejar al descubierto, claro, una mínima parte de su oscuro pensamiento.
– No tengo inconveniente, pequeño mocoso. Nada tengo que esconder, al menos sobre este asunto. En primer lugar permaneceré en mi lugar de origen, pues odio los movimientos de masas, las aglomeraciones en playas, carreteras y hoteles. Por tal motivo tampoco me mezclaré con quienes abarroten calles a la espera del correspondiente desfile procesional. En segundo lugar intentaré disfrutar del buen tiempo, en el caso de que lo haya, claro. Para ello pasearé algunos ratos por el campo más cercano mientras que otros los dedicaré a tomar el sol en alguna terraza donde sirvan buenas tapas. En tercer lugar escogeré un libro, ese que siempre estoy a punto de leer y nunca lo empiezo, y me lo quitaré de encima. Y por supuesto me veré la película que religiosamente, todos los Viernes Santos, dedico a recuperar mi infancia: El Judas.
– Seguro que es una película arcaica, más vieja que el timbre de una pirámide. Le conozco, oh mente privilegiada, y se cómo se las gasta.
– Calla infeliz y novato habitante de este mundo para mayores. ¿Qué sabes tú de la nostalgia? A mí no me interesa la película, lo que hago es trasladarme a mi infancia, a la primera vez que la vi, a mi particular Cinema Paradiso, así intento recuperar unas sensaciones irrepetibles que sólo las imágenes de este nacionalcatólico melodrama es capaz de trasmitirme. Además, ¿no merece especial estudio y memoria ese apóstol que enseñó el camino a tantos millones de cristianos que, a lo largo de 2.000 años, han vendido, muchas veces por menos de 30 euros, a quien entregó su vida por ellos?.