El sentimiento de estar enfermo no es raro en buena parte de la población y, sin embargo, muchas de esas personas no lo están. Esto nos llevaría a las definiciones de lo que se considera salud y enfermedad. En los últimos años se ha abusado de la definición de enfermedad que da la propia Organización Mundial de la Salud, algo tan “pomposo” que, si la aplicáramos al pie de la letra, nadie estaría sano.
En realidad definir lo que es la salud es muy complicado. Buscando un término medio aceptable, y siempre discutible, podríamos decir que “la salud es un estado de cuerpo y mente que nos permita desarrollar de una manera razonable (?), una vida normal en lo personal, laboral, familiar, también en la sexualidad y la vida de relación con el entorno”.
Cuando tenemos algún deterioro, sea físico o mental, pero asumido, cuando en cierta medida nos hemos acostumbrado a convivir con “la enfermedad”, podríamos decir que, también en cierta medida hemos dejado de estar enfermos. Por contra, el no asumir ciertas limitaciones como algo natural, sería dar la razón a las definiciones exigentes de lo que es estar sano, puesto que no hay persona que no tenga algún problema, sea físico o mental, a veces rayando con la “normalidad estándar”, que es en sí muy variable.
Según la cultura dominante, y la disponibilidad de medios en cada lugar del mundo, y en cada sector económico, somos más o menos exigentes, nos miramos más o menos el ombligo. Amén de otras disposiciones que son personales.
Así pues, si en lugar de considerar nuestra salud dentro de lo aceptable, vivimos con la idea constante de nuestros malestares o deficiencias, no hacemos sino mermar nuestras facultades. Si asumimos que tenemos carencias, los retos del día a día serán más difíciles de conseguir y menos pretenciosos, y quedarán por anticipado mermadas nuestras aportaciones a la sociedad porque predomina en nuestra mente que estamos enfermos, o muy enfermos, y por tanto, limitados. Un ejemplo que nos puede indicar esta tendencia negativa es la idea que, tradicionalmente, se ha asumido por parte de las mujeres de que con la menopausia “pierde un gran número de capacidades”, cuando la realidad es que si las pierde es porque se nos ha mentalizado para vivirlo así. Pero si se nos educa a mujeres y hombres en la realidad fisiológica, no pierden nada relevante, o bien se compensa de forma natural, evitando traumas innecesarios e injustos. Hoy muchas mujeres viven con dramatismo, como una gran enfermedad y para siempre, algo que en realidad no existe, ya que con una correcta alimentación y formación desde la infancia pueden corregirse totalmente las disfunciones que a veces se presentan alrededor de los 50 años.
Somos enfermos porque estamos convencidos de que lo somos si nos guiamos por una serie de síndromes o síntomas que encuadramos dentro de “las no enfermedades” y que nada tienen que ver con las enfermedades con mayúsculas, realidades innegables de índole física, psíquica o psico-física y que se suelen acreditar, y demostrar, por la clínica, el laboratorio, o diferentes pruebas de todo tipo.
Cuando partimos de una enfermedad de índole física esta suele limitarnos en las actividades habituales de la vida diaria en mayor o menor medida lo que, por otra parte, acaba afectando a la parte psíquica, a lo anímico. Sería raro que una enfermedad física grave no afectase de algún modo a la esfera psíquica. También las enfermedades psíquicas graves, a la larga, terminan repercutiendo en el estado físico, aunque sólo sea a través de la medicación o de la inmovilidad.
El medicamento inocente.
No existen medicamentos inocentes. En general los fármacos que empleamos lo son a veces con intención de curar y, más frecuentemente, para mitigar o aliviar los síntomas que producen las enfermedades. Pero estos fármacos nunca son inocentes, siempre tienen alguna parte que es negativa para quien los toma.
A veces se prescriben “placebos”, esas substancias que no han demostrado científicamente que tengan eficacia sobre una enfermedad determinada, pero que nos puedan dar cierto alivio sin llegar a ser efectivos. En estos momentos en el mercado hay muchos productos, algunos de gran actualidad, que en realidad no sirven para nada, llamando la atención que las autoridades sanitarias no las retiren por su probada nula eficacia o, al menos, limiten la publicidad sobre las falsas supuestas bondades. Estos placebos pueden llevar a pensar a muchos consumidores que si no sirven “al menos no harán daño”, lo que no siempre es verdad, porque sí lo hacen al bolsillo, engañan y puede que también lleguen a perjudicar a la salud. Sólo hay que leerse el prospecto para ver la enorme lista de contraindicaciones y de precauciones que el paciente debe considerar antes de tomarlos. Así pues ningún medicamento o sustancia de parafarmacia u homeopatía, por inofensivo que pueda parecer, es inocuo.
Este principio lleva a los médicos a utilizar constantemente una balanza a la hora de prescribir, conocedores de los posibles efectos positivos y negativos, ya sean estos directos o por interacción entre varios de ellos. A veces la prescripción de un medicamento lleva a recomendar otro para contrarrestar
la parte negativa del primero, pero a su vez con posibles efectos secundarios que se han de corregir con un tercero, y así lograr en una reacción en cadena sin fin, hasta convertir el hogar en una auténtica farmacia, sobre todo cuando se trata de personas mayores que tienen varias afecciones a la vez y de forma crónica, con tratamientos provenientes de varias especialidades. Es en estas situaciones en las que resulta clave el papel que desempeña el médico de familia, general o de cabecera, y las enfermeras que hacen el seguimiento de las personas con un enfoque integral. Cuando tomamos tres o más medicamentos aumenta en progresión la posibilidad de que se produzcan interacciones entre ellos; sólo es cuestión de echar cuentas.
Un ejemplo muy frecuente es tomar los mal denominados “protectores del estómago”, medicamentos que consume todo el mundo y que, en realidad, sólo deberían administrase a quienes realmente padecen alguna enfermedad de tipo gastrointestinalo toleran mal algún medicamento que sea imprescindible.
La situación de polimedicación predominante en España hace que actualmente los médicos intenten “deprescribir” todo aquello que esté contraindicado, o no esté indicado, como parte de lo que denominan “prevención cuaternaria”, o sea, analizar los medicamentos que toma un paciente para ir eliminando los menos recomendables por el motivo que sea.
El propio paciente, su mejor médico.
Cualquier persona puede hacer por su salud más que cualquier médico, medicamento máquina u hospital. Y se logra concienciándose y responsabilizándose de su propio cuerpo, de su salud y bienestar. Cuando muchas situaciones se cogen a tiempo (caso de la obesidad a cualquier edad) basta con cumplir ciertas normas de vida sana para irla corrigiendo y evitar enfermedades y complicaciones futuras. Aquí, entonces, entra el conocimiento científico del médico y la responsabilidad del paciente para asumir su parte. Estamos hablando de la medicina preventiva, de educación para la salud, y de que no debería depender tanto de los médicos sino de los padres, de las escuelas, y de la propia responsabilidad personal, evitando hasta donde sea posible el recurso al pastillazo.
Hasta hace treinta años la medicina estaba dominada por el “paternalismo” que se traducía en que “lo que el médico dice, se hace y punto”. Ya no es así y las leyes defienden mucho al paciente aportando a éste derechos que deben ir acompañados con responsabilidades, si bien tal responsabilidad no termina de asumirse por la tendencia del paciente a dejar su salud en manos del médico y, sobre todo, de las pastillas, por propia comodidad, no siendo frecuente que se afronte con esfuerzo y constancia.
Por el contrario, cuando el paciente asume su enfermedad, se hace responsable y sigue los consejos del médico, puede hacer por sí mismo más que nadie por su recuperación o por convivir con su enfermedad de una forma mucho menos dramática de lo que suele ocurrir cuando todo lo fiamos a un medicamento o una operación de quirófano.
Por el derecho de autonomía del paciente, el personal sanitario (médicos y enfermeras de Atención Primaria) no obligan, sólo forman e informan, y es el paciente el que decide qué camino tomar. Un camino que no deja de estar lleno de sacrificios que, al final, compensan, facilitando esa recuperación de la salud o de calidad de vida que todos buscamos en el día a día. Y es precisamente esa calidad de vida, esa relación esfuerzo-bienestar, esa balanza entre inversión y ganancia, lo que debe decidir el paciente y no el médico.
Por eso es fácil criticar al médico o al sistema sanitario cuando realmente está en nuestras manos decidir lo que hacer o no hacer para mantener o mejorar salud y bienestar. En detrimento de esta auto responsabilidad circulan multitud de tópicos como el del abuelo fumador que vivió cien años…. Todavía hay personas que defienden el tabaco poniendo como ejemplo al abuelo que murió a los 100 años y seguía fumando.
Relación médico-paciente
A nadie se le escapa que el nivel de salud en una comunidad es bueno o malo dependiendo, no sólo de los medios de los que esta sociedad dispone, tanto técnicos como humanos, sino también de la relación que se da entre estos medios y los pacientes, una relación que ha evolucionado mucho en los últimos años. Así se ha estrechado con la complicidad, entre el mundo de la atención primaria y los pacientes, lo que no ocurre con la atención hospitalaria atascada con sus listas de espera, aunque, por supuesto, no se puede generalizar sobre ambos sectores. La diferencia podría explicarse por la especialización. Los especialistas que no son médico de familia, tienen un contacto con el paciente de forma aislada o periódica. El paciente puede visitar dos o más especialistas pero siempre retorna al médico de familia que es el que tiene la visión global y da las instrucciones generales al paciente y es quien le guía y vigila. Por otra parte la especialización está alcanzando grados tan elevados que son súper especialidades absolutamente necesarias para llegar al detalle en algunas afecciones. El médico de familia, el de “cabecera” de toda la vida, que hace años se pensó que estaba en extinción, es cada vez más necesario como eje principal
que coordina cualquier actuación de las distintas especialidades, siendo“ hábil en cercanía y comunicación”.
¿Está sana nuestra sociedad?
No cabe duda de que desde un punto de vista global, considerando la dotación de medios, sanitariamente estamos mejor que nunca. La medicina ha avanzado mucho en todos los aspectos.
Tanto los hospitales como los médicos de familia que, por cierto, son los que resuelven el 90 por ciento de las consultas. Sin embargo la sociedad, el conjunto de pacientes, se cuida muy poco, sobre todo en alimentación, en donde se está viendo un gran retroceso, alimentándonos como antes lo hacían los norteamericanos. Nos sobra comida rápida y comida basura.
En cuanto al ejercicio físico se observan indicios de mayor práctica, pero nuestras costumbres y hábitos giran excesivamente alrededor del sedentarismo. Estamos mucho tiempo sentados, vemos mucho la televisión, ordenadores y teléfonos, algo que según algunos profesionales de la medicina no sólo nos estropea el cuerpo sino, lo que es peor, en muchas ocasiones, la mente, ya que consumimos tanta comida basura como programas basura, ambos poco saludables. La medicina avanza pero, tal y como hace ya muchos años anunciaba un ministro canadiense, “la medicina puede influir un 15 por ciento en la salud de las personas, el resto depende de la vivienda digna, la alimentación, el ejercicio físico, la higiene, y el trabajo en buenas condiciones”. De ahíque no podemos fiar todo a las grandes inversiones en sanidad, en hospitales y tecnología, nivel que en España es ya muy alto y mejorarlo costaría muchísimo, mientras que si se aplican esos fondos a la vivienda, la alimentación y la mejora del trabajo, lograríamos, en cuanto a salud y vida sana, mejores resultados que solo invirtiendo en las tecnologías más avanzadas. Lo que si
debemos vigilar es que nadie se cargue la Sanidad Pública que tan buenos indicadores ha alcanzado, y que en los últimos años se quiere pseudoprivatizar por parte de los grandes lobbys mundiales que ven en ello una oportunidad de beneficio fácil y que significa descapitalizar lo público y discriminar a las personas según su nivel económico.
Cirugía plástica y otros “arreglos”
Sobre todo lo relativo al embellecimiento y “arreglo” del cuerpo, muy propio en sociedades ricas, existen clínicas acreditadas y, por tanto, garantizadas por las autoridades sanitarias en cuanto al ejercicio de una buena praxis y para determinada cartera de servicios, aunque está claro que “no vale todo”. Por otra parte algunos establecimientos reúnen condiciones dudosas y, por tanto no son fiables, llegando en ocasiones a ser denunciables.
Esto nos lleva a tener un enfoque muy preocupante sobre ese sentimiento actual en busca de cambios de la imagen exterior de nuestro cuerpo para parecernos a los modelos o patrones que dicta la moda. Convivimos con cierta perversión social que a veces acaba en trastornos adaptativos, como la anorexia, bulimia o vigorexia, por falta de aceptación de nuestro cuerpo. Hemos llegado a una situación en la que se ofrecen “remodelados” de las distintas partes del cuerpo como si de cambiar cromos se tratase. Sin embargo no podemos negar que, como todo en la vida, hay situaciones en las que determinadas intervenciones están perfectamente justificadas.
(Este reportaje ha sido elaborado gracias a la colaboración prestada por el doctor Francisco Angora Mazuecos)
Texto: Ayer&hoy. Fotos: Archivo