El problema de los buenos propósitos es que son sinónimo de fantasía, generamos una imagen de la vida en la que esta cambiará por pura magia sólo con desearlo. Y sin embargo lo que el cerebro necesita en realidad es pensar en acciones cortas que nos lleven hacia el resultado concreto final. Es decir, el objetivo final es importante, pero si primero no definimos un camino a seguir, perderemos el interés en cuestión de días, de forma que para ello se necesita contar con una gran fuerza de voluntad, buena memoria a corto plazo y una gran capacidad para resolver problemas abstractos. Al dividir un propósito en acciones pequeñas y al definir el camino a seguir, el cerebro tendrá menos que procesar, menos material para fantasías y será mucho más fácil lograr lo que nos propongamos hacer.
El problema es que queremos vivir fantasías sin saber que lo que en verdad motiva una vida mejor, es el cultivo de hábitos. Si nuestro propósito de año nuevo es convertirnos en corredores, no lo lograremos a menos de que comencemos por levantarnos temprano todos los días y calzarnos los Nikes. Los hábitos nos definen y aunque tengamos la fantasía de que somos seres únicos y sorprendentes, la verdad es que somos animales rutinarios y disfrutamos teniendo hábitos. La única forma de lograr nuestros propósitos es convertirlos en hábitos.
El cerebro se siente muy bien con ellos porque quitan trabajo a la mente para que se pueda enfocar en lo que realmente importa.
Otro punto psicológico importante es compartir objetivos. Si queremos correr, busquemos otros corredores que deseen lo mismo que nosotros.