Carlos Caballero / Arqueólogo Colegio de Profesionales de la Arqueología

Si se pregunta por arquitectos que hayan contribuido a engrandecer la ciudad de Madrid surgen, rápidamente, varios nombres de diversas épocas: Juan de Herrera, Gómez de Mora, Sabatini, Ventura Rodríguez o Antonio Palacios, entre otros. Dedicamos esta entrada de “Nuestro Patrimonio” a otro de esos arquitectos que sembraron la ciudad con sus obras, Pedro de Ribera, pero que, a diferencia de los anteriores, sí nació en Madrid.

Principal impulsor en la capital de la estética de su maestro José de Churriguera, Pedro de Ribera nació en la calle del Oso en 1681. Entre sus obras más famosas destacan el Cuartel del Conde Duque, el antiguo Hospicio (actual Museo de Historia), Palacios como los de Santoña, Miraflores o el Marqués de Perales, y el Puente de Toledo. Dedicó una parte importante de su trayectoria profesional a la arquitectura religiosa, de la que recuperamos cuatro ejemplos.

A la bajada de la calle de San Bernardo se asoma la fachada blanca de la iglesia de Montserrat, empezada en el siglo XVII por Sebastián Herrera para acoger a los monjes castellanos huidos del monasterio catalán homónimo tras la guerra de los Segadores. La obra de Herrera, clásica, quedó inconclusa hasta que la retomó Ribera ya en el siglo XVIII, dándole su impronta propia: una profusa decoración que se extiende por las ventanas del piso bajo, la puerta principal y, especialmente, la única torre construida.

Caminando se puede llegar desde Montserrat hasta San José, otro de los hitos “ribereños” de esta ruta. La iglesia es el único resto del antiguo convento carmelita de San Hermenegildo, que llegaba desde la actual Gran Vía hasta la plaza del Rey y, aunque su fachada se ha visto alterada con el paso de los años, conserva muchas de las características de la arquitectura de Ribera. Tres arcos, en una constante de la arquitectura carmelitana, permiten acceder a un amplio espacio, el atrio, que separa el templo de la calle. En el interior, donde la decoración es omnipresente, sobresale la Capilla de Santa Teresa, una iglesia dentro de la iglesia. Tras la demolición del convento, en cuyo solar se instalaría el Teatro Apolo, y el comienzo de las obras de la Gran Vía, empezadas precisamente en este lugar, la fachada, que en origen tenía muchos puntos en común con la de la iglesia de Montserrat, fue reformada con la construcción de dos pisos a ambos lados del cuerpo central, dándole su aspecto actual.

Izq.: Capilla de Santa Teresa de la iglesia de San José. Centro y dcha.: Fachadas principales de San José a la izquierda y de San Millán y San Cayetano a la derecha (Fotos: Carlos Caballero)

De nuevo caminando, sin prisa, se accede a la iglesia de San Cayetano, en la calle de Embajadores. Visitadas ya Montserrat y San José, reconoceremos con facilidad en San Cayetano las características de la obra de Ribera, pues vemos aquí de nuevo la triple portada, como en San José, o las dos torres que debíamos haber encontrado en Montserrat si la obra se hubiese concluido. En el interior, maltratado durante la guerra civil y reconstruido después, descansa nuestro arquitecto, mirando hacia la calle en la que nació (la del Oso) y frente a aquella en la que vivió (Embajadores). Queda, por último, en este recorrido, la coqueta ermita de la Virgen del Puerto, entre el Campo del Moro y el río. Merece la pena acercarse hasta este pequeño edificio para apreciar la conjunción entre la sobriedad de la arquitectura tradicional castellana, acentuada en esta obra por el ladrillo, con la decoración propia del último barroco. Aun reconstruida tras la guerra civil, pues la ermita ribereña (en su doble sentido) sufrió durante la contienda, sus líneas permiten apreciar a este gran arquitecto madrileño, denostado por algunos cronistas del siglo XVIII y admirado después, para siempre, hasta nuestros días.

Izq.: Ermita de la Virgen del Puerto. Dcha.: Portada lateral de Virgen del Puerto.