Francisco Javier Morales Hervás y Aurora Morales Ruedas / Doctor en Historia y Graduada en Historia del Arte

En el siglo XVI destacados navegantes españoles, cuyos nombres nos resultan bastante conocidos, realizaron grandes gestas, pero también hubo algunas mujeres, como Isabel Barreto, que también lograron protagonizar notables hazañas marinas.

Se tienen pocos datos fiables de sus primeros años de vida. Sabemos que nació en 1567, pero no se tiene certeza del lugar de su nacimiento, que unos sitúan en Pontevedra y otros en la peruana ciudad de Lima. Su padre, Nuño Rodríguez de Barreto, perteneciente a una ilustre familia de marinos portugueses, se casó con la gallega Marina de Castro. Este matrimonio decidió cruzar el océano Atlántico para fijar su residencia en Lima, donde Nuño logró enriquecerse gracias al éxito que alcanzó en diversos negocios que emprendió. Esta circunstancia le permitió ofrecer generosas dotes a sus hijas, como la que aportó nuestra protagonista cuando en 1586 se concertó su matrimonio con Álvaro de Mendaña, un leonés de noble linaje, que había llegado a Lima el mismo año en que nació Isabel. Como otros muchos exploradores españoles, Álvaro se sintió atraído por leyendas incas y quechuas que hablaban de tierras repletas de oro, que llegaron a ser “identificadas” con el legendario reino de Ofir, donde se situarían las míticas minas del rey Salomón.

Izq.: Álvaro de Mendaña. Centro: Expediciones de Álvaro de Mendaña y de Isabel Barreto. Dcha.: Pedro Fernández de Quirós.

Tras lograr la financiación y las autorizaciones oportunas, Álvaro logró fletar a finales de 1567 dos naves para buscar esos territorios repletos de riquezas. Como resultado de esta expedición logró descubrir un nuevo archipiélago, que fue denominado Islas Salomón, pero no se encontraron las riquezas esperadas, lo cual generó una sensación agridulce en Álvaro, que durante años intentó, sin éxito, organizar una nueva expedición, hasta que su matrimonio con Isabel, y, más concretamente, la generosa dote aportada por ella, permitieron financiar una nueva flota formada por cuatro naves y más de 400 tripulantes, entre los que se encontraba casi un centenar de mujeres, cuya presencia se justificaba al ser precisa para ayudar a poblar los nuevos asentamientos que se pretendía fundar.

Una vez resuelto el problema de la financiación fue autorizada la nueva expedición hacia las Islas Salomón ante el temor de que los ingleses se hicieran con el control de este archipiélago. La flota organizada por Álvaro e Isabel y dirigida por el piloto portugués Pedro Fernández de Quirós zarpó del puerto del Callao en abril de 1595. Tras varias semanas de compleja travesía y cuando la convivencia en los barcos empezaba a verse muy tensa por la escasez de víveres y de agua, lograron divisar tierra en el mes de julio. Cuando Álvaro se relacionó con los habitantes de esas tierras y constató que hablaban una lengua distinta fue consciente de que no se trataba de las Islas Salomón, sino de otro archipiélago que denominaría Islas Marquesas. Tras unos días de descanso los cuatro barcos de la expedición se hicieron de nuevo a la mar, surcando durante dos meses aguas ignotas y llenas de peligros, de hecho, una noche una de las naves que formaban parte de la expedición desapareció y nunca más se volvió a saber de ella. Estas circunstancias generaron gran malestar entre la tripulación que estaba a punto de amotinarse cuando, por fin, avistaron una isla que sí formaba parte de las Salomón, que recibiría el nombre de Santa Cruz y en la Álvaro e Isabel quisieron establecer una base poblacional, pero todo se torció desde el principio por las malas relaciones con la población indígena, los enfrentamientos internos entre los expedicionarios y las enfermedades, que en pocas semanas acabarían provocando la muerte de casi un centenar de miembros de la tripulación, entre ellos el propio Álvaro Mendaña, quien poco antes de morir nombró a su esposa gobernadora y a su hermano, Lorenzo Barreto, adelantado de la expedición.

Pocos días después una flecha envenenada provocó la muerte a Lorenzo y de este modo Isabel Barreto se convertía en la primera mujer en asumir el mando de una expedición naval, demostrando sus innatas dotes de mando y, actuando con firmeza para hacer frente a las intrigas de una díscola tripulación dispuesta a amotinarse en cualquier momento. Parece que tras estos actos de rebeldía pudo estar la figura del piloto Pedro Fernández de Quirós, que consideraba que él era la persona adecuada para dirigir la expedición y que no dudó en criticar a Isabel describiéndola como autoritaria, cruel y despótica. La situación en la isla de Santa Cruz se tornó tan compleja que Isabel decidió poner rumbo con las tres naves que quedaban a las islas Filipinas, afrontando una dura travesía en la que impuso una férrea disciplina para evitar altercados y asegurar que las escasas provisiones de agua y alimentos fuesen suficientes. Tras un accidentado viaje la almirante Barreto logró llegar a Manila en febrero de 1596, tan solo con un barco, pero habiendo logrado la hazaña de recorrer la mayor distancia surcada por un navío español en el siglo XVI: unos 20.000 kilómetros.

Isabel decidió permanecer en Manila unos meses que aprovechó para adquirir suntuosos productos que pensaba vender al retornar a América para sufragar los costes de la expedición. Durante este período conoció a Fernando de Castro, sobrino del gobernador de Filipinas, con quien contraería matrimonio en agosto de 1596. Poco después de la boda ambos partieron hacia Acapulco y tras permanecer unos años en tierras mexicanas regresaron a Perú, donde Fernando sería nombrado gobernador de Castrovirreyna, localidad en la que la en 1612 moriría la primera mujer almirante de nuestra historia.