Carlos Caballero / Arqueólogo Colegio Profesional de Arqueología de Madrid

En un par de ocasiones ya nos hemos detenido en esta sección de Nuestro Patrimonio en infraestructuras relacionadas con los orígenes del Canal de Isabel II, pues hablamos tiempo atrás del acueducto de Amaniel y visitamos, también, la pionera presa del Pontón de la Oliva, pero nos faltaba conocer la guinda del pastel: el primer depósito, situado en Madrid, en la calle de Santa Engracia. Nos referimos a él como “la guinda” no solo por su vistosidad, con una armonía y unos detalles estéticos infrecuentes en las obras de ingeniería, sino también por su función, que era, en el momento de su construcción, el año 1911, garantizar el abastecimiento de agua a los nuevos barrios de Madrid que estaban creciendo en las zonas más altas de la ciudad, como Tetuán, Guindalera o Chamartín.

Se dotó al nuevo depósito de una gran cuba de cinc, situada en la parte superior de la construcción, con capacidad para 1.500 metros cúbicos (nada menos que 1,5 millones de litros de agua), que se apoyó en toda la estructura de ladrillo que lo sustenta hoy en día, con galerías de arquillos rebajados y contrafuertes que descansan en un zócalo de sillería. La obra de ingeniería, excepcional desde el punto de vista estético es, además, impecable vista desde la óptica del pragmatismo: no hay en el edificio detalle que, a la vez que cumple su función estética, no desempeñe también una función práctica.

Imagen del primer depósito del Canal de Isabel II.

Pero pronto, en apenas cuarenta años, el depósito se quedó pequeño y desfasado con respecto a las necesidades de una población creciente, que se expandía lejos del ámbito inicial de alcance del agua que aquí se almacenaba. El Canal, con el pragmatismo de los ingenieros, decidió amortizarlo y castigarlo con el incierto destino reservado a los grandes espacios concebidos en otras épocas: se consideró que todo ese espacio vacío era un idóneo lugar de almacenamiento de enseres diversos.

La suerte cambió ya en los años 80, con la cesión del Canal de Isabel II a la incipiente Comunidad de Madrid. Una excepcional restauración, realizada a partir de 1985, y dirigida por los arquitectos Javier Alau y Antonio Lopera, respetuosa en extremo con el edificio, casi podría decirse que cariñosa, permitió conservar e integrar en un nuevo espacio expositivo muchos de los elementos funcionales de este Primer Depósito, en el que desempeña un papel relevante el singular espacio de la cuba superior, con su cubierta atirantada y los diferentes elementos de cinc unidos por roblones. La restauración se extendió a otros edificios, como la inmediata estación de bombeo, actualmente integrada en el parque del Canal, o la chimenea cercana que, como tantas chimeneas descontextualizadas, se yerguen inquietas ante su destino incierto.

Izq. y centro: Escalera principal del monumento y sala de exposiciones habilitada en el depósito (Fotos: Carlos Caballero). Dcha.: Cubierta de la cuba del depósito.

El Canal de Isabel II, que fue un empeño tenaz y encomiable imaginado a mediados del siglo XIX, se convirtió, con el tiempo, en el gran distribuidor del líquido que garantiza la vida pero dejó, además, obras memorables como la que hemos traido a esta entrada de Nuestro Patrimonio, para que nunca olvidemos que de la imaginación de aquellos ingenieros, y del esfuerzo incansable de los trabajadores que lo hicieron posible, se consiguió llevar a Madrid el agua del Lozoya y así, hacer de la capital la ciudad que no sería hoy si todo eso no se hubiera podido conseguir.

(La información sobre la sala de exposiciones está disponible aquí: https://www.comunidad.madrid/centros/sala-canal-isabel-ii , donde también puede consultarse todo lo relativo a la exposición actual, dedicada a Lorenzo Caprile, que estará abierta hasta el 30 de marzo).