Bruno acababa de llegar a Valdemoro para conocer los terrenos donde se iba a ubicar el proyecto que le habían encargado unos días antes: el Colegio de Guardias Jóvenes. Como arquitecto y amante de la cultura decidió dar un paseo por la localidad para conocer las características de sus edificios y pronto reparó en la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, cuyo perfil destacaba claramente del entorno.
Al llegar al templo se encontró con uno de los sacerdotes responsables del culto, quien amablemente se ofreció a mostrar y comentar los elementos más interesantes del edificio. Gracias a esta propuesta Bruno pudo conocer que el aspecto que esos momentos ofrecía el edificio era el resultado de un largo proceso que se inició a comienzos del siglo XVI, cuando se llevaron a cabo los primeros trabajos para construir una primera iglesia que diese respuesta a la devoción de los habitantes de esa localidad, aunque realmente la base del actual templo no se empezó a definir hasta 1568, al acometerse unas actuaciones para acoger con mayor comodidad a un conjunto de fieles que crecía constantemente, por lo que a mediados del siglo XVII se tuvo que realizar una nueva remodelación para ampliar su capacidad y retocar algunos elementos como la torre.
A pesar de que la construcción del templo se hizo con importantes aportaciones de los vecinos de la localidad, la calidad de los materiales empleados no era muy elevada, lo cual se puso de relieve a mediados del siglo XVIII con el terremoto de Lisboa, que provocó graves desperfectos en esta iglesia. Afortunadamente en esos años cobró relevancia un ilustre valdemoreño, Pedro López de Lerena, que llegó a ser ministro con Carlos III y puso una parte considerable de su patrimonio al servicio de la restauración de este templo, que adquirió la configuración que esos momentos podía disfrutar Bruno, definida por una planta rectangular de grandes dimensiones ocupada por una sola nave, con cuatro capillas a cada lado, que se abrían a la nave central con arcos de medio punto sobre pilastras toscanas. La nave central estaba cubierta con bóveda de cañón con lunetos, dividida en cinco tramos mediante arcos fajones.
Uno de los elementos patrimoniales del templo que más llamó la atención a Bruno fue el retablo del altar mayor, cuya realización también fue promovida por Pedro López de Lerena que, como encargado de la Real Fábrica de Tapices, mantuvo relaciones con algunos de los principales artistas que trabajan en la Corte, lo cual facilitó que pintores de gran relieve como los hermanos Bayeuy su cuñado Francisco de Goya participasen en la decoración de este retablo con obras de gran nivel artístico como “La Asunción de la Virgen” de Francisco Bayeu, “San Pedro Mártir” de Ramón Bayeu y “La aparición de la Virgen a San Julián” de Goya.
Bruno pudo disfrutar durante un buen rato de la calidad pictórica de estos artistas, especialmente de Goya, pues, aunque supo reconocer que se trataba de una obra de su primera época, en la que aún eran muy evidentes los rasgos academicistas del gusto Neoclásico, el cuadro ya transmitía parte de la grandeza creativa que Goya desarrollaría pocos años después. Aún aguardaban a Bruno otras agradables sorpresas como los frescos que coronaban la nave central, obra de Antonio van de Pere, y los cuadros de San Francisco Javier y de San Ignacio de Loyola realizados por Claudio Coello. Reconfortado por la visita, el arquitecto quedó plenamente satisfecho al comprobar que los futuros guardias civiles podrían disfrutar de un rico patrimonio cerca de su futuro colegio.
Fotografías cedidas por el Ayuntamiento de Valdemoro