Miguel había tenido una vida muy intensa, en la que alternaron momentos de dicha con otros muchos en los que las cosas no resultaron de su agrado. No obstante, su espíritu positivo no le permitía arredrarse ante las dificultades que se le pudiesen presentar. Aunque su trayectoria vital le había llevado a vivir en muy diversos lugares, desde hacía
unos años había fijado su residencia en Valladolid, donde el rey Felipe III había situado la sede de la Corte, pero ahora nuestro protagonista se encontraba en un lugar de La Mancha, concretamente en Argamasilla de Alba, localidad que conocía desde hacía algunos años. La presencia de Miguel en este núcleo manchego tenía que ver con el proyecto que tenía entre manos. Estaba perfilando una novela que desde hacía tiempo le rondaba en la cabeza y que, en gran medida, empezó a tomar forma cuando años atrás conoció estas tierras. Quería volver a degustar los aromas, los paisajes, los colores de ese territorio para que su inspiración resultase más fructífera y facilitar así el trabajo de las musas.
Tras pasear por las calles de la localidad, estimó que era el momento apropiado para un descanso que le ayudase a ordenar sus pensamientos y para ello buscó refugio en la iglesia de San Juan Evangelista, que ya había visitado algunos años antes, pero que ahora contaba con algunos elementos nuevos.
Poco tiempo después de que a mediados del siglo XVI la población se asentara en el emplazamiento que actualmente ocupaba Argamasilla de Alba, Juan de Olmedo habría presentado unos planos para la construcción de este templo, que empezaría a ser ejecutado bajo la supervisión del maestro cantero Juan de Rigos, hacia 1587. Ya en una primera visita Miguel pudo comprobar que la iglesia presentaba una tipología que podría definirse de “salón”, ya que las tres
naves en las que se dividía el edificio tenían la misma altura, por lo que la nave central sólo se diferenciaba de las laterales por tener mayor anchura. La nave central quedaba separada de las laterales por esbeltos pilares cilíndricos que configuraban un bello espacio interior, que parecía representar un bosque definido por árboles de alargados troncos pensados para soportar la bóveda celestial, aunque, realmente, soportaban bóvedas de crucería en cuya clave aparecía representada la cruz de la orden de San Juan.
El aspecto genérico que presentaba este templo era claramente deudor de la tradición tardomedieval castellana, aunque Miguel también pudo observar algunos detalles que le recordaban a los aires clasicistas que triunfaban en Italia y que él pudo apreciar durante su estancia en tierras italianas. Aunque habían avanzado bastante las obras desde su anterior visita, quedaba patente que la crisis económica que empezó a notarse en el reino de Castilla desde finales del siglo XVI también había afectado a los fieles de Argamasilla de Alba, y, por falta de medios, aún algunas partes del templo no se habían podido acabar, sobre todo en la zona de los pies, donde un primer tramo de la nave central que debía alojar el coro alto y un zaguán de entrada aún estaba al descubierto.
Tras su recorrido por el templo, Miguel fijó su atención en un cuadro en el que se representaban a un caballero y a su mujer rezando a la Virgen de la Caridad. Nuestro protagonista reconoció al caballero, pues lo había conocido en su anterior estancia en estas tierras. Dicho personaje, que padecía una enfermedad mental, le serviría de inspiración para la novela que estaba ultimando y que pronto se haría universal.
Fotos facilitadas por el Área de Cultura del Ayuntamiento de Argamasilla de Alba.