Durante mucho tiempo, en el norte de lo que hoy es nuestra Comunidad se situó una línea fronteriza fortificada, desde el siglo IX, a base de atalayas visualmente conectadas que garantizaban el control de un amplio territorio, conocido por entonces como la Marca Media, que señalaba la frontera entre cristianos y musulmanes. Se conservan en el piedemonte de las sierras de Guadarrama y Somosierra varias de esas atalayas, algunas de las cuales configurarán nuestra ruta de hoy, en un recorrido por una de las líneas defensivas que tenían por fin último defender a la ciudad de Toledo.
Haremos una pequeña ruta al oriente de la carretera de Burgos (aunque más al oeste se conservan todavía otras dos atalayas más, la de Hoyo de Manzanares, en terrenos militares, y la más célebre de todas, la de Torrelodones), conociendo los restos y la memoria de varias de estas construcciones, fechadas por los expertos en torno al año 1000, la época de Almanzor. Salvo en un caso (la de Arrebatacapas, en Torrelaguna), que se encuentra en una finca privada y sólo podremos aspirar a verla de lejos, en el resto subiremos a pequeños cerros en caminatas que no implicarán, en ningún caso, más de 10 minutos de marcha.
Comenzaremos, de norte a sur, en El Berrueco, donde, si nos dirigimos hacia El Atazar, podemos encontrarnos con una sólida torre de mampostería que domina todo el entorno. Es la Atalaya de Torrepedrera, que nos recibe con el vano de su puerta a más de dos metros del suelo y desde la que se avista un amplio panorama de toda la sierra y del valle del Jarama. La poderosa fábrica llamará también nuestra atención por el progresivo ensanchamiento de los muros hacia la base, una característica de estas construcciones árabes con la que nos encontraremos varias veces más a lo largo de nuestro recorrido.
Podemos preguntarnos, mientras seguimos nuestro camino hacia el sur, hasta qué punto era sólida esta red de comunicaciones: el éxito de las atalayas se basaba en que, desde sus azoteas, se podía transmitir a las torres inmediatas, mediante hogueras o señales de humo, la inminencia de cualquier amenaza.
Bajando desde El Berrueco vemos, en el valle, Torrelaguna. La documentación histórica revela cómo, detrás de su imponente iglesia cisneriana, que ya visitamos en esta serie de “Nuestro Patrimonio”, había una de estas construcciones troncocónicas de origen islámico pero, hoy perdida, nos detendremos unos instantes para observar, en la distancia, la atalaya superviviente, cobijada bajo el evocador topónimo de “Arrebatacapas”. Lamentablemente, esta construcción se encuentra hoy en terrenos privados inaccesibles, por lo que nos conformaremos con verla en la distancia mientras sujetamos, temerosos, las puntas de nuestra capa con los dedos.
Seguimos camino, ansiosos de novedades. Llegamos a Venturada y, junto a la entrada de la urbanización “Cotos de Monterrey”, encontramos nuestro siguiente destino. La atalaya de Venturada nos recibe con sus 9 metros de altura y es la única desde cuya puerta, a más de dos metros del suelo, podremos asomarnos al paisaje que esta torre controlaba: desde el Pico de San Pedro, junto a Colmenar Viejo, hasta Uceda, en el valle del Jarama.
Nuestra última estación será en la carretera entre El Vellón y El Espartal. Muestra huellas de una restauración más reciente que el resto de las que hemos visitado, pero ofrece también el panorama más impresionante, que, en torno a la atalaya, permite ver, en días despejados, desde Somosierra hasta las Cuatro Torres, buena parte del valle del Jarama y la entrada del río Lozoya, además de la carretera de Burgos que, hoy, reproduce el antiguo camino medieval que cruzaba los montes en el Puerto de Somosierra. Visitar estas atalayas, tan sólidas como humildes, nos permite viajar mil años atrás e imaginar cómo se controlaba eficazmente el territorio en plena Edad Media, mucho antes de que en nuestras vidas irrumpieran los GPS.