Sonia Bellido / Vicepresidenta de FECIR

Mayo se viste de gala en Ciudad Real con la llegada de una nueva edición de FENAVIN, la Feria Nacional del Vino que, año tras año, se erige como el epicentro del sector vitivinícola español. Este encuentro no es solo una plataforma de negocio, sino también un espejo donde se refleja la evolución, la resiliencia y la ambición de una tierra que ha sabido convertir su tradición vinícola en un motor de desarrollo económico, social y cultural.

Castilla-La Mancha cuenta actualmente con 435.000 hectáreas de viñedo, de las cuales un 36% se localizan en Ciudad Real, la provincia más vitivinícola de España y probablemente de Europa. Esta concentración de superficie refleja el peso del vino en la economía provincial, pero también el compromiso de cientos de viticultores que, día tras día, trabajan para ofrecer un producto con identidad propia.

Durante mucho tiempo, la vasta extensión de viñedos de Ciudad Real fue sinónimo de cantidad. Sin embargo, en las últimas décadas, hemos asistido a una silenciosa pero profunda revolución. Las bodegas han abrazado una nueva filosofía: la apuesta decidida por la calidad. Este cambio de paradigma no ha sido fácil, pero los resultados hablan por sí solos. Los vinos de la provincia han comenzado a conquistar paladares exigentes tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, demostrando que este terruño tiene mucho más que ofrecer que volumen.

Esta transformación cualitativa ha ido acompañada de una visión empresarial moderna. La comercialización ya no se limita a la venta a granel, sino que se articula a través de marcas con identidad propia, estrategias de marketing innovadoras y una creciente presencia en los mercados internacionales. La profesionalización del sector ha sido clave para posicionar nuestros vinos en un contexto global cada vez más competitivo.

Un factor determinante en este impulso ha sido la adopción de la tecnología en todas las fases de producción. Desde el control preciso del viñedo mediante sensores y análisis de datos, hasta la mejora continua en los procesos de la bodega, donde la innovación se ha convertido en aliada indispensable. Las inversiones en maquinaria avanzada, sistemas de gestión inteligentes y formación especializada han elevado el nivel de los vinos manchegos, haciéndolos más competitivos y mejor adaptados a las demandas del consumidor actual.

Sin embargo, este camino hacia la consolidación no está exento de obstáculos. Uno de los desafíos más significativos ha sido la imposición de aranceles por parte de la administración Trump a los vinos europeos. Aunque actualmente suspendidos, estos gravámenes afectarán especialmente a las bodegas más pequeñas y comprometen la competitividad del vino español en Estados Unidos, uno de sus principales destinos. Esta amenaza obliga al sector a diversificar mercados, reforzar alianzas y fortalecer su presencia en otros países con alto potencial de crecimiento.

Más allá de lo comercial, el cambio climático se perfila como el gran reto del presente y del futuro. Las variaciones extremas en temperaturas, la escasez de agua y la alteración de los ciclos de maduración requieren nuevas estrategias agrícolas, selección de variedades más resistentes y una gestión sostenible del viñedo. A ello se suma la necesidad de afrontar el relevo generacional, fortalecer el tejido rural y aligerar las cargas burocráticas que frenan el crecimiento, especialmente de las pequeñas y medianas bodegas.

Pese a todo, el sector vitivinícola de Ciudad Real ha demostrado una capacidad admirable para adaptarse, innovar y crecer. La celebración de FENAVIN es una muestra tangible del esfuerzo colectivo de todo un sector que ha sabido reinventarse sin perder sus raíces. Es, también, una ventana al mundo donde mostrar la calidad de nuestros vinos, la innovación de nuestras bodegas y la visión de un futuro prometedor.

La vendimia del progreso continúa, y Ciudad Real está decidida a cosechar nuevos éxitos.