Manuel de la Fuente

Manuel de la Fuente en su lugar de trabajo

Churrería de la Fuente, “la churrería de Manolillo” como muchos la conocen por su actual dueño, Manuel de la Fuente Murcia, está situada en el mercado de Torralba, como un puesto más, y se convierte en un ir y venir desde las siete de la mañana a las 12 del mediodía. Durante todos los días del año, puesto que, ni en Navidad, cierra. Los tallos, que muchos conocemos por el nombre de porras (aunque porra sólo hay una, el prime trozo del centro de la rosca), acompañan los cafés y chocolates de toda clase de clientes, ya sean los más tempraneros que en ella cogen fuerzas para iniciar la dura jornada laboral, hasta quienes aprovechan la cercanía de la churrería con el Centro de Salud, al cual acuden por motivos médicos, para disfrutar y alegrarse la vida con un producto artesano y natural elaborado por esta empresa familiar que ya ha cumplido 36 años.

Porque fue en el año 1978, tiempos ya en los que el Guadiana había desapareció de la zona tragado por la tierra, cuando Eleuterio de la Fuente, que tenía como profesión la de pescador (especialmente de cangrejos) y una familia de seis hijos que mantener, se encontró sin cangrejos que pillar, sin peces que pescar y, mano sobre mano, sin oficio que ejercer. El porqué eligió la profesión de churrero, su hijo Manuel no lo sabe a ciencia cierta, ya que conocimientos y antecedentes no tenía ninguno. Lo que sí tenía era una gran iniciativa y, como en aquel momento no había ninguna churrería abierta en Torralba, decidió emprender dicho negocio. “Aprendió viendo a unos y a otros. Tenía un amigo en Ciudad Real que le enseño alguna cosilla, pero fue su intuición, era muy habilidoso, y la gran capacidad que tenía para aprender cualquier cosa, la que le capacitó para convertirse en un gran churrero. Le cogió el truco rápidamente”.

Foto de familia

Foto de la familia de la Fuente

La aventura se inició en una fecha señalada: La Nochebuena. A Eleuterio, que hacía la masa y freía los tallos, le ayudaba su mujer, Carmen Murcia, madre de Manuel, la cual los cortaba y servía al público. Mientras, Manuel, que entonces tenía 12 años, junto con su hermana, su hermano el pequeño y un primo, empezaron a recorrer el pueblo, con una cesta de mimbre al brazo, vendiendo “tallos” por las calles. “Entonces librábamos los lunes, no como ahora que no cerramos nunca, recorríamos las calles voceando ITAIE (hay tallos). El precio era de cinco pesetas la unidad”, afirma Manuel.

Pero los años pasan, y en 1993 Manuel, que ya había hecho la mili y se había mantenido junto a su padre en el negocio familiar, (el resto de sus hermanos habían buscado otros caminos laborales), se casa y se queda al frente de la churrería con pequeñas ayudas de su padre, Eleuterio. No por ello debe pensarse que el actual dueño lo tuvo fácil, ya que como él mismo reconoce, no tenía la gran capacidad de aprendizaje de su padre. Además éste le presionaba “excesivamente” para que aprendiese, lo que aún le ponía más nervioso.

Gracias a un amigo panadero, Gregorio Oviedo, el padre de Manuel dejó a éste más libertad, y ya tranquilamente, cometiendo y subsanando errores, terminó dominando el arte de la masa. “El hijo de aquel panadero, Jesús Adolfo, que ahora también lo es pues lo heredó de su padre, afirma que somos ingenieros de la masa”, comenta Manuel, recordando los muchos sudores y fracasos que le costó ir, poco a poco, dominando el arte de dejar la masa en su punto. También tiene un gran recuerdo para su madre que, en muchas ocasiones, intercedió por él ante su padre, más exigente en la enseñanza.

Ahora, ya completamente dueño de la situación, cuenta con la ayuda de su mujer, Juani Díaz y de sus dos hijas, María y Fátima de la Fuente, aunque sólo a ratos, principalmente en los días de mayor agobio, que suele coincidir con los festivos.

Ni que decir tiene que la misma profesionalidad que se pone a la hora de elaborar los churros, es la que se aplica a su chocolate, utilizando siempre los productos de más alta calidad para darle ese toque artesanal que le caracteriza.

Pero volviendo de nuevo a los churros, y como nota curiosa, hemos de destacar que en esta clásica fábrica nunca se han elaborado los churros propiamente dichos, los pequeños, los “madrileños”, sin que por ello el público haya desertado en ningún momento, aunque Manuel reconoce que en muchas ocasiones se lo han solicitado. Pero ni su padre ni él intentaron nunca aprender a hacerlos. “Es otro tipo de masa, y cada masa necesita su punto. El aprendizaje es costoso, y nunca hemos visto la necesidad de tener que hacerlo desde el punto de vista comercial. Nuestros clientes siempre nos han sido fieles a los tallos y a estos sí que les hemos cogido el puntito. Será por eso, por mantener ese punto de calidad y textura, que les digo siempre a los clientes: no cerréis la bolsilla, la de plástico en la que metemos los tallos que van envueltos en papel de estraza. Se lo digo para que el churro no se quede mollejón”.

Finalmente debemos destacar que Manuel se encuentra especialmente agradecido a su padre, ya que reconoce que cuando era un muchacho los estudios no le iban, tampoco veía interés en otras profesiones, y fue su padre el que se interesaba especialmente en que aprendiese a elaborar la masa hasta dejarla en su punto y dominar en su totalidad la profesión. Pese a la dificultad que encierra dar el punto a todo, y gracias al interés del padre, el hijo terminó dominando un oficio en el que todavía le quedan muchos años de ejercicio y satisfacciones, pero que no sabe si tendrá continuidad familiar.

(Desde estas líneas Manuel quiere mostrar su agradecimiento, además de a su mujer e hijas, a todos sus familiares y clientes, porque sin ellos la “Churrería de la Fuente” no sería lo que es).