Francisco Javier Morales Hervás y Aurora  Morales Ruedas / Doctor en Historia y Graduada en Historia del Arte

Nuestra protagonista nació en León en 1081, cuatro años antes de que su padre, Alfonso VI, lograse un estratégico y emblemático éxito: la conquista de Toledo. Era la primera hija legítima del rey leonés, pues sus dos hermanas mayores, Elvira y Teresa, eran el fruto de una relación del monarca con una amante. Aunque desde el mismo momento de su nacimiento Urraca se convertía en la heredera del trono leonés, no tuvo nada fácil alcanzar la condición de reina, pues su propio padre intentó impedirlo, obsesionado con la idea de tener un heredero varón.

Como era habitual en aquellos tiempos, Alfonso VI utilizó a Urraca para consolidar estratégicas alianzas. De este modo, cuando tan sólo contaba con seis años se acordó su matrimonio con un noble bastante mayor que ella, Raimundo de Borgoña, para afianzar los lazos que unían al reino leonés con este territorio francés, donde se localizaba la influyente abadía de Cluny. En el 1093 se produjeron tres acontecimientos de especial relevancia en la vida de Urraca: se celebró su matrimonio con Raimundo de Borgoña, murió su madre y su padre logró tener el tan deseado hijo varón, nacido de su relación con la princesa musulmana Zaida. El nacimiento de su medio hermano Sancho provocó un cambio radical en la condición política de Urraca, que pasó de ser la heredera al trono de León a condesa consorte de Galicia, asumiendo entonces como función principal procurar descendencia a su esposo, con quien tuvo dos hijos: Sancha y Alfonso. Aunque Urraca intentó mantener cierta influencia en los asuntos políticos gallegos, su figura pasó a un segundo plano ante el protagonismo otorgado a su marido. Esta situación se mantuvo hasta 1107 cuando las circunstancias empezaron a ser más favorables para Urraca. En septiembre de ese año fallecía su marido y en mayo de 1108 en la batalla de Uclés contra los almorávides fallecía su hermanastro Sancho. De este modo Urraca volvía a recuperar la condición de heredera al trono, lo cual sería ratificado por Alfonso VI poco antes de morir en julio de 1109.

Urraca accedía al trono leonés, pero desde el primer momento quedó claro que su reinado no resultaría sencillo por las intrigas de poderosos nobles que no veían con buenos ojos que una mujer les gobernase. En este sentido resultó significativo que, a pesar de la voluntad de la reina de esposarse con el conde castellano Gómez González, las presiones cortesanas le llevaron a contraer matrimonio con Alfonso I de Aragón a finales de 1109. Se trataba de una alianza de innegable valor estratégico, pero las relaciones personales y políticas entre los protagonistas de esta unión de conveniencia nunca fueron buenas, pues Urraca no quería volver a ser considerada como un objeto manipulable por un hombre y Alfonso nunca ocultó su carácter controlador y violento, de hecho, probablemente la reina leonesa fue maltratada por su esposo, lo cual, unido a otros factores como el indisimulado odio que el monarca aragonés mostraba por el primogénito de Urraca, el futuro Alfonso VII, provocaron que la reina decidiera hacia 1111 poner fin a un matrimonio que llegó a calificar de “vergonzoso”.

A partir de ese momento se inicia un período caótico en el que se alternaron enfrentamientos personales y militares e interesadas reconciliaciones entre Urraca y Alfonso, que finalizarían con la definitiva declaración de nulidad matrimonial en 1114. Esta convulsa situación, lejos de amedrentar a la monarca leonesa, hizo que mostrara la fortaleza de su carácter para defender a su reino tanto de ataques exteriores, básicamente desde Aragón y Al-Ándalus, como de los gestados internamente, sobre todo desde Galicia con el obispo Gelmírez y el conde de Traba, que no dudaron en predisponer al infante Alfonso contra su propia madre. Para hacer frente a estos peligros Urraca contó con el apoyo de uno de los nobles más importantes del reino, el conde Pedro González de Lara, que, además de su fiel consejero, fue su amante, con quien la reina llegó a tener dos hijos, Elvira y Fernando.

Tras muchos años de luchas para defender los intereses del Reino de León, Urraca moría en Saldaña en 1126. A su muerte una parte del clero e, incluso, su propio hijo y heredero, Alfonso VII, promovieron una campaña para desacreditar su reinado e intentar condenarlo al olvido, así, por ejemplo, según el Cronicón Compostelano, la reina Urraca “gobernó tiránica y mujerilmente” . Como cualquier gobernante, Urraca cometió errores, pero la visión que de ella transmiten las crónicas de los siglos XII y XIII estuvo muy condicionada por un contexto que no aceptaba que una mujer asumiese máximas responsabilidades políticas y aplicara en ellas un criterio propio.