campoCiudad Real es una provincia tradicionalmente agrícola aunque sólo el 8% de la población vive del campo. Pero a la vez es la gran exportadora de la región, y una de las más importantes de España, y no sólo por el vino que produce. Y sin embargo la sociedad ciudarrealeña ignora en gran medida todo esto, ignora a quienes son la base de nuestra economía. En el siguiente reportaje intentamos reflejar el gran cambio operado en nuestro campo en los últimos 40 años.

En los años 70 no existía Castilla-La Mancha. Desde la óptica de un funcionario de Agricultura lo que ahora es la comunidad autónoma se designaba como Submeseta Sur. En cuanto a la idea que entonces, y en términos generales, podía tener el mismo funcionario de Agricultura sobre el sector agrario en España era de uniformidad en toda la península, lo que se desmontaba de forma automática cuando se bajaba a la realidad. Porque en aquellos años (que podía extenderse a otros muchos antes, incluso a siglos) ya existía mucha diferencia entre el sector agrario de unas y otras regiones, casos de Cataluña o Valencia siempre en vanguardia, mientras que otras, como esta tierra, se encontraban sumidas en un gran atraso. Un atraso producto de la ausencia, especialmente en nuestro caso, de un concepto de la agricultura como actividad empresarial.

Por ejemplo. Uno de los puntos débiles de nuestro campo era la falta de asociación, de cooperativas. Cuando aquí no las había, de ninguna clase, en Cataluña ya existían de comercialización y contaban con importantes inversiones en tecnología, como las cámaras frigoríficas destinadas a conservar la producción y alargar su tiempo en el mercado. Aquí, cuando existían, como mucho se limitaban a ser centros de recepción y almacenamiento.

Por eso, cuando se implanta el Estado de las Autonomías, en Castilla-La Mancha hay que empezar desde cero a la hora de transformar el sector agrario. Lo que se consigue de una forma espectacular, porque ahora, 35 años después, las cosas tienen otro color.
El salto ha sido impresionante en todos los sentidos: a nivel de modernización de la explotación agraria, de introducción de modernas técnicas de producción y, sobre todo, de comercialización.

En los años 70 en esta tierra prácticamente nada se comercializaba “in situ”. Hoy, una importante cantidad de nuestros productos se comercializan en origen, ya sea ajos, vino, aceite, carne o productos agroalimentarios transformados en nuestras propias instalaciones.

La clave debemos buscarla, como hemos apuntado antes, en el año 1982, con la llegada de la autonomía regional que permitió desarrollar políticas propias de desarrollo agrario.

Lógicamente esto no fue suficiente, porque si no hay un cambio de actitud, de mentalidad en el hombre del campo, nada se hubiese conseguido.

¿Cómo y por qué se cambió? En principio la iniciativa tuvo que venir desde arriba, desde el Gobierno regional. A esta tarea se entregó desde el primer momento, empezando por realizar estudios que evaluasen la realidad para poder detectar, de inmediato, las carencias. De esos estudios salieron tres puntos clave, tres problemáticas que era obligatorio solucionar: organización, formación e información. El paso siguiente fue la elaboración de programas específicos para cada subsector y la contratación de personal capacitado para llevarlos a cabo.

Uno de los puntos que se potenciaron fueron los viajes a otras regiones y países para conocer, sobre el terreno, cómo se producía, elaboraba y comercializaban productos similares a los nuestros. Francia, Alemania e Italia fueron los principales modelos sobre los que basar el cambio. Así, hoy el sector del champiñón de Castilla-La Mancha es pionero en el mundo, pero hace 30 años se tuvo que ir a Holanda a aprender su cultivo.

Paso a paso

El trabajo fue lento pero seguro, las mentes se abrieron, los cambios fueron entrando poco a poco en nuestras explotaciones y, quince años después, la maquinaria ya estaba en pleno rendimiento. El sector había recibido un vuelco como el que sufre la tierra cuando el arado se hunde a gran profundidad en la misma y saca a flote toda la riqueza que estaba escondida bajo una capa dura y estéril, que sólo lo era en apariencia.
No hay duda que se trató de una revolución desde arriba, pero contando siempre con los de abajo que, muy pronto, se entregaron a la misma y lo aceptaron porque se dieron cuenta que, desde el primer momento, los verdaderos protagonistas eran ellos.
Según explica la publicación “Tradición e innovación en los sistemas agrarios”, desde que aparece una innovación hasta que ésta se generaliza en el sector agrario, transcurre siempre “no menos de siete años”. Lo que quiere decir que si tenemos en cuenta lo conservador que es en sí el hombre del campo, y lo que en teoría debería de haber durado el cambio, lo que se consiguió en estos 15 años fue una auténtica revolución. Ello no quiere decir que las cosas fuesen sencillas y que no hubiese muchos inconvenientes que superar. Así, proyectos que en una empresa privada hubiesen llevado poco más de un mes, y se hubiesen solucionado con tres reuniones, en el caso del campo podían durar años. Ocurrió, por ejemplo, con la creación de cooperativos de segundo grado que requerían un proceso de fusión de varias de primer grado. Las discusiones se hacían eternas, los aspectos negativos había que desgranarlos uno a uno durante reuniones y reuniones, y cada socio era un problema en sí mismo. Y sin embargo, se crearon y, ahora, están funcionando como auténticos modelos de empresas. Ahora ya han comprobado que un sólo gerente puede hacer el trabajo que antes hacían cinco, y con resultados mucho mejores.

Hombre conservador

El hombre del campo, al tener que vivir de una industria que no tiene techo, sometido a los caprichos del tiempo y la intemperie, a la falta de lluvia y a las inundaciones, al calor que todo lo seca y al frío que todo lo hiela, “tiene que ir siempre con una cosecha adelantada” porque nunca se sabe lo que va a ocurrir al año siguiente.

Y aquí podemos apuntar algo, que apareció también en el año 1982, y que fue realmente revolucionario. Y fue una iniciativa tan lógica y tan sencilla como la Ley de Seguros Agrarios que hizo que, por una pequeña cantidad, el agricultor pudiese tener asegurada su cosecha. Ahí fue donde el sector del campo puso el techo a su empresa.

Una vez más fue una imposición desde arriba, pero necesaria y vital para sectores como la viña o el olivar. Hoy, el agricultor que antes ni se lo planteaba, ve el seguro tan natural e imprescindible como comprar simiente o abono.

Pero todo cambio necesita dinero, y más en este caso, en el que la introducción de maquinaria era imprescindible. Ahí fue donde aparecieron las cajas de ahorro además de las subvenciones. Cualquier programa necesitaba este empuje económico. Está claro que las entidades financieras no dieron nunca dinero gratis, pero sí es verdad que las cajas de ahorro, muy implantadas en el campo, colaboraron mucho a este desarrollo aportando capital en condiciones realmente favorables para el agricultor, ya que una de sus grandes ventajas era que conocían muy bien la situación de nuestra tierra, al estar muy asentadas en ella. La mayoría de los municipios, hace 20 años, contaban con una oficina bancaria.

El Mercado Común

Y ha llegado el momento de hablar de la Unión Europea, puesto que no siempre España estuvo dentro. Fue en el año 1986 cuando se firmó el tratado de adhesión y, desde ese momento, el campo español tuvo que aceptar normas impuestas desde Bruselas, aunque hasta el año 1992 no hubo una reforma importante de la Política Agrícola Comunitaria (PAC) que fue la que realmente empezó a afectarnos, tanto en la regulación de precios como en las famosas subvenciones. De hecho hasta ese año, las subvenciones sólo iban dirigidas al sector ganadero. Dichas subvenciones se denominaron “compensación de rentas” y trataban de compensar a los agricultores por la diferencia que existía entre los precios de los productos en la Unión Europea (precios políticos) y su valor real a nivel mundial (precios de mercado), que solían ser mucho más bajos.

Posteriormente llegaron también los planes “operativos” para modernización de explotaciones o la incorporación de jóvenes al campo. Precisamente estas subvenciones, y como media en los últimos años, han supuesto aproximadamente el 25 por ciento de la renta de un agricultor.

Como podemos deducir, el profundo cambio de nuestro campo no tiene tanto que ver con la Unión Europea como ahora nos parece, sino con la verdadera transformación que se produjo desde finales de los años 70 hasta los noventa, o sea, la década de los 80. Y fue un cambio impulsado por nosotros mismos, un cambio que resultó importantísimo para poder, posteriormente, integrase sin traumas en Europa.

Cambio en la población

Esto nos lleva a otro punto, la diferencia entre el campesino de hace 35 años y el actual. El cambio ha sido radical, tanto en mentalidad como en formación, también en el enfoque de la explotación agraria, destacando que en la actualidad muchos agricultores y ganaderos cuentan con estudios superiores o son técnicos especializados. Pero también el cambio ha sido importantísimo en el número de personas. La población activa agraria era entonces superior al 30 % mientras que en la actualidad está en torno al 8%. Antiguamente la gente se quedaba en el campo porque no tenía otra salida, ahora ya se queda como empresario. Esto, naturalmente, al margen de los últimas incorporaciones forzadas por la crisis económica de los últimos tres o cuatro años.

Todo ello nos lleva, finalmente, a preguntarnos qué futuro tiene nuestro campo. Y a contestarnos que, al contrario de lo que podía parecer no hace muchos años, en los que se producía demasiado pero no se comercializaba y parecíamos abocados a cerrar y marcharnos, ahora las cosas son de otra manera. Contamos con sectores que se han configurado como punteros tanto a nivel nacional como internacional. Somos los primeros productores de vino a nivel mundial, con una gran oferta muy diversificada y con vinos de gran calidad, algo que antes se ponía en duda pero que ya está aceptado como una realidad tangible. Somos punteros en ajos, en champiñón, melón, o en queso manchego, un producto muy apreciado en todo el mundo que ya “sólo se fabrica aquí” gracias a su D.O. No debemos olvidar que el queso manchego era un sector totalmente desorganizado que permitía que este queso se fabricase en cualquier parte del mundo. Ahora es casi sólo de Castilla-La Mancha (debe estar hecho con leche de oveja de raza manchega).

Por todo esto debemos ser capaces de aprovechar esta diferenciación en calidad, de contar con productos únicos, para seguir avanzando en la organización y comercialización. Porque la asignatura pendiente de nuestro campo, que en ningún momento debemos perder de vista, sigue siendo la recuperación del valor añadido, única forma de capitalizar nuestras empresas y poder trazar un buen camino hacia el futuro. El futuro de nuestra tierra, de nuestro campo y de nuestra gente.