Francisco Javier Morales Hervás y Aurora Morales Ruedas / Doctor en Historia y Graduada en Historia del Arte

El escultor Pedro Roldán y su mujer Teresa Mena tuvieron doce hijos, de los cuales solo ocho llegaron a la edad adulta, dos varones y seis mujeres. Todos los hijos de Pedro colaboraron de alguna manera en su taller de escultura, que pronto alcanzó una notable fama en Sevilla, recibiendo importantes encargos que le posibilitaron relacionarse con otros destacados artistas como Murillo y Valdés Leal. Pedro supo apreciar muy pronto que, de todos sus hijos, había una que destacaba por sus dotes artísticas, especialmente para la escultura. Se trataba de Luisa Ignacia, nacida en 1652 y que desde muy niña mostró unas innatas condiciones artísticas que animaron a su padre a ofrecerle una formación más específica en diseño y modelado. De este modo, mientras que el resto de hijas e hijos de Pedro se limitaban a pintar o dorar algunas de las esculturas realizadas en su taller, Luisa asumía la talla de madera o el modelado de barro para dar forma a algunos de los encargos que recibía su padre.

Además de por su creatividad, Luisa se caracterizó por poseer una fuerte personalidad y un espíritu libre que le llevarían a tomar importantes decisiones que marcarían su vida. Sin duda, una de las más destacadas fue la de contraer matrimonio, en contra de la voluntad de su padre, con Luis Antonio de los Arcos, uno de los aprendices que colaboraba en el taller de Pedro Roldán. No están muy claros los motivos que pudieron llevar a Pedro Roldán a oponerse a este matrimonio, aunque es posible que influyesen dos aspectos: por un lado, el hecho de que no considerase a Luis Antonio como una buena opción para su hija al no mostrar notables capacidades artísticas, y, por otra parte, la evidencia de que con la emancipación de Luisa su taller perdía a su mejor colaboradora.

Iglesia de San Marcos de Sevilla, donde contrajeron matrimonio Luisa Roldán y Luis Antonio de los Arcos. A la derecha; el Arcángel San Miguel venciendo al demonio, 1692. Madera de cedro policromada, Galería de las Colecciones Reales, Madrid.

En cualquier caso, Luisa, consciente de sus extraordinarias dotes para la escultura, decidió contraer matrimonio en contra de la voluntad paterna con el fin de superar las limitaciones artísticas y personales que suponía seguir trabajando para su padre, iniciando una carrera artística independiente que le permitiese salir del anonimato. Tras la celebración del matrimonio en diciembre de 1671, Luisa abrirá su propio taller junto a su marido, ejerciendo ella de artista principal mientras que Luis Antonio daba los últimos retoques de pintura, dorado y estofado de las esculturas. A pesar de ello, dadas las dificultades que en aquella época tenían las mujeres para ejercer su propio negocio, en algunos casos era su marido el que seguía firmando los contratos, por lo que la mayor parte de las obras atribuidas a Luis Antonio de los Arcos, realmente corresponden a Luisa Roldán.

Los inicios del taller de Luisa y de su esposo fueron muy dificultosos pues, aunque se encontraba en la dinámica ciudad de Sevilla, había numerosos talleres que contaban con prestigio y reconocimiento, como el que regentaba su padre, que no le perdonaría haberse emancipado en contra de su voluntad. No obstante, la férrea convicción de Luisa posibilitó que, poco a poco, fuese recibiendo de conventos y de cofradías encargos entre los que podemos destacar una cabeza de San Juan Bautista Niño en la que expresa su particular visión de la religiosidad al querer promover una expresión espiritual desde la ternura que imprime a sus imágenes.

Izq.: El entierro de Cristo, 1701, Terracota policromada, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York. Dcha.: Virgen de la leche (Virgo lactans), hacia 1689-1706, Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Buscando nuevas oportunidades, Luisa decidió marchar a la cercana ciudad de Cádiz, que empezaba a ganar protagonismo económico por su posición privilegiada para la comunicación con América. En la capital gaditana recibió en 1684 un importante encargo, concretamente un Ecce Homo para la catedral en el que se pone de manifiesto un estilo más maduro y más personal al alejarse de las influencias de su padre. Se trata de una extraordinaria talla donde se percibe una técnica muy depurada que se refleja en el realismo de los ropajes y del cabello y en la expresividad del rostro de Cristo que resulta muy conmovedor. Para la catedral gaditana también realizará poco tiempo después las esculturas de San Servando y San Germán, patronos de la ciudad.

Hacia 1689 Luisa y su esposo deciden fijar su residencia en Madrid, donde empezaron a recibir de algunas familias aristocráticas diversos encargos, cuya calidad hizo que la fama de Luisa llegara hasta la Corte de Carlos II, quien en 1692 la nombró escultora de cámara de la corte real, convirtiéndose en la primera mujer que lograba este reconocimiento. Entre las obras que realizó en estos años para Carlos II merecen ser destacadas dos: “El Arcángel San Miguel venciendo al demonio” y “Jesús Nazareno”. Poco después de la llegada al trono del primer monarca de la dinastía de los Borbones, Felipe V, Luisa fue renovada en 1701 en su puesto de escultora de cámara. A pesar de trabajar para la Corte la situación económica de Luisa fue muy precaria, pues la tardanza en el cobro de los encargos que le realizaban los monarcas hizo que su familia padeciese notables penurias económicas hasta su muerte en enero de 1706. Aunque murió en la pobreza, su figura artística fue muy reconocida en su época, dándose la irónica circunstancia de que la Academia de San Luca de Roma la nombró académica de mérito el mismo día del fallecimiento de esta pionera mujer y genial artista.