Francisco Javier Morales Hervás y Aurora Morales Ruedas / Doctor en Historia y Graduada en Historia del Arte

Nuestra protagonista nació en Valsaín (Segovia) en agosto de 1566. Era hija de Felipe II y de su tercera esposa, Isabel de Valois. Desde muy pequeña dio muestras de contar con numerosas virtudes y una sólida personalidad, lo cual fue muy apreciado por su padre, que siempre le mostró un afecto especial, predilección que puso de manifiesto a través de diversos detalles como los numerosos retratos que encargó hacer de Isabel a pintores tan destacados como Sánchez Coello y Pantoja de la Cruz y, sobre todo, llegarla a considerar una de sus principales consejeras.

Cuando Isabel tenía tan solo dos años murió su madre y pocos meses después también fallecía el heredero al trono, el problemático príncipe Carlos, lo cual hizo que Felipe II se preocupara personalmente de ofrecer a Isabel una educación muy cuidadosa, no solo porque era consciente de sus notables capacidades, sino también porque durante bastante tiempo su hija predilecta ocupó el primer lugar para sucederle. Isabel recibió una sólida formación lingüística y musical, además de mostrar buenas dotes para la caza. Felipe II, preocupado por asegurar su sucesión, volvió a contraer matrimonio por cuarta vez, en este caso con una sobrina suya, Ana de Austria, con la que tuvo varios hijos, que murieron cuando contaban con pocos años de edad, salvo el futuro Felipe III.

Felipe II tuvo claro que debía aprovechar la inteligencia y el carácter despierto de su hija Isabel y por ello propició su cercanía, llegando a ser su principal colaboradora en asuntos de Estado, al considerar que sus opiniones eran oportunas y juiciosas. Además, al enviudar de nuevo el rey, Isabel, en cierto modo, supo contrarrestar la ausencia de una reina en la corte y, además, seguía constituyendo una alternativa real al trono dada la quebradiza salud del pequeño Felipe. Todos estos hechos pueden ayudar a entender que, a pesar de que Isabel constituía una preciada moneda de intercambio en la política matrimonial de la época, su padre prefiriese mantenerla en su entorno más inmediato hasta los últimos días de su vida, de hecho, la decisión de que Isabel contrajese matrimonio con su primo Alberto de Austria fue adoptada por Felipe II unas semanas antes de su fallecimiento en septiembre de 1598. Tras guardar un tiempo prudencial de luto, el enlace tuvo lugar en abril de 1599, cuando Isabel ya contaba con 33 años.

Izq.: Felipe II aprovechó la inteligencia y el carácter despierto de su hija y propició su cercanía. Centro: Alberto de Austria con quien Isabel contrajo matrimonio. Dcha.: Felipe IV, conocedor de la valía y de los méritos de su tía Isabel, la mantuvo como gobernadora de los Países Bajos.

Durante su reinado, Felipe II tuvo que afrontar múltiples problemas, pero uno de los que más preocupaciones le causó fue el largo y enquistado conflicto en los Países Bajos. Era necesaria intentar una medida que hiciese viable una solución para estos territorios sin que ello perjudicara los intereses de la dinastía de los Habsburgo. De este modo, decidió separar de la herencia que habría de recibir Felipe III el territorio de los Países Bajos y el ducado de Borgoña, que sería encomendado a Isabel. En septiembre de 1599, Isabel y su esposo Alberto llegaban a Bruselas como soberanos de los Países Bajos y desde el primer momento dieron evidentes muestras de su capacidad como gobernantes al desarrollar una intensa labor política, en la que tuvieron que alternar las prácticas bélicas y las diplomáticas para intentar, por un lado, pacificar estos territorios y, por otro, evitar los intentos de Felipe III de recuperar el control directo de estas provincias.

En 1609 se logró firmar la Tregua de los Doce Años, que permitió a Isabel y Alberto centrarse en la reconstrucción de los Países Bajos, en buscar la conciliación de las provincias calvinistas del norte con las católicas del sur y en recuperar la prosperidad económica de estos territorios. Además, también lograron generar un destacado desarrollo cultural, promoviendo la actividad literaria, científica, musical y artística, resultando especialmente relevante la promoción y la protección que dieron a algunos artistas como Brueghel “el viejo” y Rubens, quienes aportaron su enorme destreza pictórica para resaltar la labor política de Isabel y Alberto, destacando la prosperidad que alcanzaron los Países Bajos durante su reinado.

En 1621 se produjeron tres hechos fundamentales para el futuro de los Países Bajos: acabó la Tregua de los Doce Años y fallecieron Felipe III y Alberto de Austria. Isabel y Alberto habían tenido tres hijos, pero todos murieron muy pequeños, por ello, con la muerte de Alberto se hizo efectiva la claúsula que indicaba que, en el caso de morir alguno de los soberanos sin descendencia, los Países Bajos volverían al control directo de la corona española. No obstante, Felipe IV, conocedor de la valía y de los méritos de su tía Isabel, la mantuvo como gobernadora de estos territorios, aunque recortándole buena parte de sus atribuciones. Isabel intentó retornar a la política pacificadora, pero se encontró con la frontal oposición del conde-duque de Olivares, partidario de incrementar el protagonismo de España en la Guerra de los Treinta Años. La política intransigente de Olivares y Felipe IV marcó los últimos años de la vida de Isabel Clara Eugenia, que moría el 1 de diciembre de 1633 con la honra de haber dedicado más de treinta años a luchar por el bienestar de los Países Bajos, pero con la tristeza de no haber logrado imponer la política de tolerancia que estimaba como la más idónea para ese territorio.