
Francisco Javier Morales Hervás y Aurora Morales Ruedas / Doctor en Historia y Graduada en Historia del Arte
El intenso tráfico comercial mantenido con las tierras americanas propició que Sevilla se convirtiese desde mediados del siglo XVI en el enclave con mayor movimiento económico de toda la Península Ibérica. Este dinamismo favoreció el desarrollo en la capital hispalense de un destacado ambiente cultural, que dio lugar a la aparición de notables artistas en distintos ámbitos como la literatura, la escultura o la pintura. En este contexto se produce el nacimiento en julio de 1569 de Feliciana Enríquez de Guzmán, hija de Diego García de la Torre y de María Enríquez de Guzmán. Su padre se dedicaba a administrar las tierras familiares, que en su mayor parte habían sido aportadas por su esposa, que descendía de una familia aristocrática venida a menos, pero que aún mantenía cierto reconocimiento en la sociedad sevillana de la época. De este modo, Feliciana pudo vivir en un entorno familiar acomodado, el cual, si bien no permitiría grandes dispendios, al menos si le posibilitó acceder a una profunda formación humanística.
Es poco probable que Feliciana recibiese una instrucción más o menos sistemática, pero seguramente pudo beneficiarse durante su juventud del rico contexto cultural que se desarrollaba en Sevilla a finales del siglo XVI, donde era habitual la asistencia de mujeres a tertulias culturales y academias literarias, en las que era frecuente la asistencia de destacados intelectuales, cuyas intervenciones contribuirían a la formación de un buen número de personas con preocupaciones culturales. Las indiscutibles inquietudes intelectuales de Feliciana no impidieron que también mostrase un interés amoroso, que le llevó a enamorarse de Francisco León Garavito, pero su padre le prohibió casarse con él, lo cual puede explicar que Feliciana no guardase un buen recuerdo de la figura paterna; en cambio, sí mantuvo una buena relación con su madre, de hecho, decidió usar los apellidos maternos, decisión en la que, probablemente, también influyó la distinción que le otorgaban al ser los que la vinculaban con sus ancestros familiares aristocráticos.

Izq.: Su única producción teatral que ha llegado hasta nosotros. Centro: Sevilla, desde mediados del siglo XVI, el mayor enclave económico de la Península. Dcha.: Lope de Vega no dudó en destacar públicamente sus dotes como poetisa, llegando a considerarla como la “décima musa”.
Coincidiendo con la muerte de su madre en 1599, Feliciana empieza a componer la única producción teatral que ha llegado hasta nosotros: una destacada obra literaria que justifica que su figura sea debidamente reconocida: la Tragicomedia “Los jardines y los campos Sabeos”, que, en cierto modo, tendrá cierto carácter autobiográfico y en cuya composición dejará constancia de su esmerada formación. La redacción de esta obra le ocupará dos décadas, pues el proceso creativo estuvo muy condicionado por su azarosa trayectoria vital, que no le permitió dedicarse a la creación literaria con la intensidad requerida. La muerte de su padre en 1604 hizo que tuviese que dedicarse a la gestión de los mermados bienes familiares, pues en ese mismo año había fallecido su hermano Rodrigo y sus hermanas Carlota y Magdalena profesaban como monjas en el convento sevillano de Santa Inés.
Durante algunos años el empeño y el coraje de Feliciana permitieron que pudiese vivir humildemente con la administración del escaso patrimonio familiar. La situación económica de Feliciana mejoró considerablemente cuando en junio de 1616 se casó con Cristóbal Ponce de Solís, personaje que había logrado generar una notable fortuna como comerciante y prestamista. El matrimonio duró solo tres años, pues Cristóbal moriría en junio de 1619, dejando como heredera universal a su esposa. Cuatro meses después Feliciana se volvía a casar, esta vez con el amor de su vida, Francisco León. El enlace se produjo el 9 de octubre de 1619, fecha que presenta una especial relevancia para nuestra protagonista, pues, según su propia declaración, ese mismo día finalizó la redacción de la Tragicomedia que llevaba dos décadas escribiendo, aunque, la ruptura que mostraba con ciertos cánones aceptados en su época y algunos elementos provocativos presentes en esta obra dificultaron que, al menos en un primer momento, se pudiese publicar en España, de hecho, las primeras ediciones se realizan en Portugal en 1624: la primera parte en Coimbra y la segunda parte en Lisboa.
Esta obra consta de dos partes, diez coros y cuatro entreactos y en ella su autora muestras sus profundos conocimientos en autores clásicos, en mitología, en historia e, incluso, en geografía de lugares exóticos que le ayudarían a recrear la Arabia feliz en la que se desarrolla la trama de la Tragicomedia. La fuerte personalidad de Feliciana le llevará a componer una obra en la que no duda en optar por la originalidad y romper con la costumbre de copiar modelos antiguos, que seguían muchos escritores contemporáneos, circunstancia que critica en el prólogo de esta obra en el que presenta un contrastado análisis de la dramaturgia de su época. Se decanta por una literatura fantástica, de tramas complejas en la que presenta personajes transgresores, como “las gracias mohosas” que protagonizan los entreactos, que rompen con paradigmas establecidos y se apartan de temas recurrentes en su época como el honor, el amor cortesano, las gestas patrióticas…
A pesar de no compartir nuestra protagonista la concepción teatral de Lope de Vega, éste no dudó en destacar públicamente sus dotes como poetisa, llegando a considerarla como la “décima musa”. Entre abril de 1643 y diciembre de 1644 se tuvo que producir el fallecimiento de Feliciana, escritora erudita que merece ser resaltada por sus valientes planteamientos literarios y como pionera al ser considerada la primera dramaturga en lengua española.