Cuando Berenguela nació en 1180 quizás algunos llegaron a pensar que el futuro de esta niña se limitaría a ser una simple moneda de cambio dentro de las relaciones diplomáticas que estaban definiendo sus progenitores, pero la Historia tenía reservado un mayor protagonismo para esta mujer por cuyas venas discurría la astucia de su abuela, Leonor de Aquitanía, y la perseverancia de su madre, Leonor de Castilla.
Su padre, Alfonso VIII, era consciente del valor estratégico que atesoraba Berenguela como heredera al trono de Castilla y prueba de ello fue el acuerdo al que llegó en 1188 con Federico I de Alemania para comprometer a su hija primogénita en matrimonio con Conrado, tercer hijo del rey alemán. Pero este acuerdo tuvo escasa vigencia, pues al nacer al año siguiente el infante Fernando, Berenguela quedaba relegada en la herencia al trono castellano, por lo que este compromiso matrimonial dejaba de resultar atractivo a los intereses alemanes. A partir de ese momento Alfonso VIII y su esposa Leonor reorientaron su estrategia diplomático-matrimonial para afrontar el problema de las complejas relaciones políticas que existían con el reino leonés, por lo que impulsaron el matrimonio de Berenguela con Alfonso IX de León, enlace que se celebró en Valladolid en 1197, aunque para que este acto tuviese pleno valor jurídico y religioso era preciso obtener la dispensa papal, pues Alfonso era tío segundo de Berenguela. El papa Inocencio III se mostró desde el primer momento totalmente contrario a aceptar este matrimonio y, aunque los reyes de León y Castilla intentaron modificar la voluntad papal, finalmente en mayo de 1204 Inocencio III anula el matrimonio y levanta la excomunión a Berenguela al obtener la promesa de que no volvería a vivir con el monarca leonés. No obstante, en los seis años que duró este largo y complejo proceso, Alfonso IX y Berenguela tuvieron cinco hijos, de los que sobrevivieron cuatro, con los cuales regresó a Burgos, donde volvería a vivir junto a sus padres, quienes poco tiempo después tuvieron otro hijo varón, el infante Enrique.
Al morir en 1214 Alfonso VIII fue proclamado rey de Castilla el infante Enrique, pues tres años antes había fallecido el infante Fernando. Como Enrique contaba tan sólo con once años de edad, su hermana Berenguela asumió la regencia del reino y, aunque la ejerció con prudencia, las intrigas cortesanas le obligarían a compartirla con don Álvaro Núñez de Lara, el cual acabaría imponiendo su voluntad hasta que en 1217 en un desgraciado accidente moría el joven rey Enrique I. Cuando Berenguela conoció la noticia de la muerte de su hermano actuó con rapidez y astucia: hizo llamar a su hijo Fernando, que se encontraba junto a su padre Alfonso IX en el reino de León, y logró ganarse la voluntad de buena parte de los concejos castellanos para que la proclamasen reina de Castilla y aceptasen que compartiera el reino con su hijo, que a partir de ese momento reinaría como Fernando III. Los primeros años de reinado conjunto fueron muy complejos pues Fernando y Berenguela tuvieron que hacer frente a una rebelión nobiliaria liderada por los Lara y apoyada por Alfonso IX de León, pero tras dos años de luchas Fernando III consolidó su reinado, que ejerció siempre con la ayuda de los prudentes consejos que le aportaba su madre. Esta colaboración queda reflejada a través de numerosos documentos expedidos y firmados por Fernando III en los que hacía constar que lo hacía con el beneplácito de la reina Berenguela. Además, cuando el monarca se encontraba en las campañas de conquista por tierras andaluzas Berenguela quedaba al frente del gobierno del reino, donde pudo demostrar su sagacidad, su interés por la protección de la cultura y sus buenas dotes para la gestión, que se pusieron especialmente de relieve cuando supo maniobrar con inteligencia para lograr la firma de la Concordia de Benavente en diciembre de 1230, que permitió que unas semanas después de la muerte de Alfonso IX, su hijo Fernando III accediese al trono de León y pudiese así unificar pacíficamente las coronas de Castilla y de León.
Debemos resaltar que el último encuentro entre Berenguela y Fernando III se produjo en la primavera de 1245 por iniciativa de la reina, que quería tratar diversos asuntos del reino. Para ello se desplazó desde Burgos a Toledo, desde donde envió un mensaje a su hijo, que se encontraba en Córdoba, para encontrarse en un lugar intermedio, que acabaría siendo la aldea de Pozuelo de Don Gil, actual Ciudad Real. La reina Berenguela moriría al año siguiente, dejando un valioso legado como gobernante preparada y prudente.