
Francisco Javier Morales Hervás y Aurora Morales Ruedas / Doctor en Historia y Graduada en Historia del Arte
Tras la derrota de las tropas visigodas del rey Don Rodrigo en la batalla de Guadalete en el año 711 los musulmanes lograron conquistar en pocos años casi toda la península, pues tan sólo quedaron algunos reductos de resistencia cristiana en las zonas montañosas de la Cordillera Cantábrica y de los Pirineos, donde, lentamente y con muchas dificultades, empezaron a surgir reinos como los de León, Navarra y Aragón. En el área navarra, a partir del primer tercio del siglo IX, empezó a fraguarse el germen del reino de Pamplona en torno a la familia Arista. Este reino conoció una notable expansión en el siglo X, proceso en el que tuvo un especial protagonismo la esposa del rey de Pamplona Sancho I Garcés, Toda Aznárez, la cual habría nacido hacia el año 890 en el seno de una familia noble descendiente de Íñigo Arista.
La intensa labor diplomática y la hábil política matrimonial de la reina Toda resultaron fundamentales para consolidar los logros militares de su marido, actividad que desarrolló incluso bastantes años después de la muerte de Sancho I Garcés en el 925, sobre todo al tener que asumir la regencia del reino, pues su hijo, García I Sánchez, accedió al trono pamplonés cuando contaba tan sólo con unos seis años de edad. En estas complejas circunstancias Toda se convirtió en el personaje más influyente de la corte pamplonesa al saber manejarse con energía y audacia para controlar los entresijos de la política interior del reino a la vez que administraba eficazmente las relaciones exteriores, tanto con el resto de reinos cristianos peninsulares como con el todopoderoso califato cordobés.

Izq.: Sancho I de León, nieto de Toda, fue sustituido por su primo Ordoño IV, pues la nobleza leonesa no aceptaba a Sancho por su obesidad. Dcha.: García Sánchez I de Navarra, hijo de la reina Toda.
La autoproclamación de Abderramán III en el año 929 como califa era la confirmación de la pujanza política, económica y militar de Al-Ándalus. Toda Aznárez no era ajena a esta realidad y por ello tuvo especial cuidado en aplicar una especial sutileza en sus contactos con Abderramán III, que era sobrino suyo, con quien mantuvo una compleja y cambiante política diplomática, alternando momentos de acuerdos y de enfrentamientos con el fin de lograr su objetivo principal: salvaguardar los derechos de su hijo y confirmar la consolidación del reino de Pamplona. Aunque en el año 933 García I Sánchez alcanzaba la mayoría de edad, su madre siguió manteniendo una gran influencia en la gestión del reino, de hecho, en el 934 se reunió con Abderramán III en Calahorra para lograr el reconocimiento de su hijo como monarca pamplonés por parte del califa a cambio de prestarle juramento de fidelidad, cuya ruptura probablemente provocó que en el 937 Abderramán III realizara incursiones de castigo en Navarra. Toda supo esperar hasta encontrar el momento oportuno para vengarse de Abderramán III, lo cual se produjo en agosto del 939 cerca de Simancas, cuando las tropas de rey leonés, Ramiro II, derrotaron duramente al ejército califal. En este enfrentamiento la aportación navarra tuvo que ser importante, pues en un documento redactado en la abadía suiza de Saint Gall se destacaba el protagonismo que había tenido una “cierta reina llamada Toda”.
Por otro lado, la amplia descendencia que tuvo Toda le permitió diseñar un complejo sistema de acuerdos matrimoniales para asegurar estratégicas alianzas políticas a través de los enlaces conyugales que preparó y que tuvieron como objetivo prioritario afianzar unas relaciones óptimas con el reino de León. De este modo, logró casar a su hija Sancha con el rey leonés Ordoño II, a su hija Ónneca con su sucesor, Alfonso IV de León, y a su hija Urraca con el siguiente monarca leonés, Ramiro II. La estratégica política diplomática que Toda estableció con la monarquía leonesa acabaría facilitando su injerencia en la sucesión al trono leonés tras la muerte de Ordoño III en el 956 al promover las aspiraciones de su nieto Sancho I, que logró ser nombrado rey. Pero a comienzos del 958 fue sustituido por su primo Ordoño IV, pues buena parte de la nobleza leonesa no aceptaba a Sancho porque su obesidad le incapacitaba para la actividad militar. Con el fin de reinstaurar a Sancho I en el trono leonés Toda no dudó en solicitar la ayuda de Abderramán III para tratar la obesidad de su nieto con un afamado médico judío en Córdoba y, sobre todo, para obtener el apoyo militar con el que Sancho I recobró la corona leonesa a finales del 959.

Izq.: Monasterio de Suso; a la derecha las tumbas de las tres reinas de Navarra (Toda, Ximena y Elvira). Dcha.: Inscripción junto al sepulcro de la reina Toda
Una vez alcanzado su objetivo de consolidar el reino de Pamplona gracias a la inteligente labor diplomática que logró establecer con otros reinos peninsulares, el protagonismo político de Toda fue desvaneciéndose hasta su muerte, que se produciría hacia el 965.