Proceso de Conquista

Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia

El proceso de conquista de la Península Ibérica por parte de Roma duró dos siglos (218-19 a.C.) y su inicio se enmarca en la Segunda Guerra Púnica en la que Roma y Cartago combatieron por controlar la Península Ibérica.

Desde el desembarco de Amílcar Barca en Gades (237 a.C.) los cartagineses se expandieron por el Levante y el valle del Guadalquivir. Ante el avance cartaginés  Roma promoverá el Tratado del Ebro (226 a.C.) que situará en este río el límite de expansión cartaginesa. En el 219 a.C. Aníbal ataca Sagunto, ciudad aliada de Roma, lo que hará intervenir a la república romana. En el 218 a.C. Publio Cornelio Escipión desembarcó en Ampurias para luchar contra los cartagineses. Desde entonces y hasta el 202 a.C. los romanos conquistarán buena parte del área mediterránea, valle del Guadalquivir y valle del Ebro.

En 197 a.C. Roma dividió Hispania en dos provincias: Hispania Citerior (valle del Ebro y el Levante) e Hispania Ulterior (sur peninsular). Se intensificó el proceso de conquista, aunque hubo focos de resistencia como los protagonizados por Viriato (derrotado en 139 a.C.) y por los celtíberos, derrotados definitivamente tras la destrucción de Numancia (133 a.C.). El último territorio peninsular conquistado fue la cornisa cantábrica, sometida por el emperador Augusto en el 19 a.C.

Augusto dividió Hispania en tres provincias: Tarraconense, Lusitania y Bética. En el siglo III Caracalla creó la provincia de Gallaecia. A finales de este siglo Diocleciano creó la diócesis de Hispania que dividió en seis provincias: Bética, Lusitania, Tarraconense, Gallaecia, Cartaginense y Mauritania Tingitana.

 

Economía

El objetivo de Roma era explotar económicamente este territorio para que contribuyera a las necesidades del Imperio. El sector primario se basará en el trigo, vid y olivo, pensados fundamentalmente para la exportación. La explotación agraria más habitual se estructuraba en torno a villas controladas por grandes propietarios.

La actividad minera también fue estratégica para los romanos, que extrajeron grandes cantidades de plata y plomo en Cartagena y Sierra Morena, cobre en Huelva, cinabrio en Almadén, oro en Galicia y León, estaño en Galicia… Los productos agrarios, mineros y otros elaborados como el “garum” eran comercializados a través de la red de comunicaciones terrestres y marítimas organizada por Roma para unir todo el imperio. La existencia de una economía monetaria basada en el denario romano favoreció el comercio.

 

Romanización

Los romanos difundieron en Hispania sus modos culturales, sociales, económicos y políticos a través de diversos aspectos como:

  • Predominio de la vida urbana con ciudades como Tarraco o Emérita Augusta
  • Construcción de edificios públicos: teatros, anfiteatros, circos, templos…
  • Introducción de instituciones políticas romanas
  • Implantación del Derecho Romano
  • Uso del latín
  • Desarrollo de infraestructuras como calzadas, puentes y acueductos

 

Crisis del Bajo Imperio

A partir del siglo III el Imperio romano entró en un período de inestabilidad, que aprovecharon algunos pueblos germánicos que realizar incursiones en territorio romano. Este clima de inseguridad afectó al comercio, las ciudades empezaron a sufrir escasez de alimentos y continuos pillajes, por lo que mucha población emigró al campo, donde se formaron grandes latifundios en torno a villas señoriales como Carranque. La ruralización y el declive del comercio provocaron el predominio de una economía de subsistencia y una fuerte disminución de la circulación monetal.

 

La monarquía visigoda

Para intentar mejorar el gobierno imperial, Teodosio dividió el Imperio en dos en el 395. El Imperio occidental sufrió la presión de los pueblos bárbaros, con los que en un principio se pactó a cambio de tierras y dinero, aunque finalmente se fueron instalando por buena parte del territorio imperial.

A comienzos del siglo V el emperador Honorio cedió a los visigodos el sur de la Galia donde crearon el reino de Tolosa. Tras la petición de Roma, los visigodos penetraron en la Península Ibérica en el 416 para expulsar a otros pueblos bárbaros; los visigodos expulsaron a vándalos y alanos y relegaron a los suevos al noroeste peninsular, quedando el resto del territorio incorporado al reino de Tolosa.

En Vouillé (507) los francos derrotaron a los visigodos, que abandonaron la Galia, instalándose en Hispania donde crearon el reino visigodo de Toledo, que controlaba casi toda la Península. Este reino conocerá su momento de esplendor a partir del reinado de Leovigildo (569-586) que fundamentó el Estado en el derecho romano y favoreció la integración entre hispano-romanos y visigodos. Recaredo logró la unidad religiosa al convertirse  al catolicismo (589). El proceso de unificación culminó con Recesvinto al promulgar un código unificado para todos los habitantes del reino (654). Aunque se fundó alguna ciudad como Recópolis, las ciudades perdieron protagonismo y por ello la sociedad visigoda fue básicamente rural

La monarquía visigoda era electiva, lo que explica su debilidad. El rey compartía parte del poder con la nobleza a través del Aula Regia, aunque muchos asuntos políticos y religiosos se trataban en los Concilios de Toledo, sobre todo tras la conversión de Recaredo. A finales del siglo VII aumentó la inestabilidad de la monarquía por luchas nobiliarias como la que enfrentó a los partidarios de Akila, hijo de Witiza, y los de Don Rodrigo, lo cual será aprovechado por los musulmanes para su llegada a la Península.

Fotografía superior: Mapa indicando las posesiones de Roma y Cartago antes de iniciarse la segunda guerra púnica. Wikipedia.