Francisco Javier Morales Hervás y Aurora Morales Ruedas / Doctor en Historia y Graduada en Historia del Arte

Entre finales del siglo XIII y comienzos del siglo XIV los intereses enfrentados de diversos personajes que intentaron alcanzar sus objetivos personales a través de alianzas frágiles y cambiantes, llegaron a hacer peligrar la corona castellano-leonesa, que, finalmente superaría este delicado trance gracias a la notable labor de algunas figuras, entre las que destaca María de Molina.

Poco se conoce de los primeros años de vida de María Alfonsa de Meneses, por ello no se sabe con exactitud ni el lugar ni la fecha de su nacimiento, que tuvo que producirse hacia 1265 en algún lugar de la comarca de Tierra de Campos. Al pertenecer a una prestigiosa familia castellana probablemente recibiría una cuidada formación y frecuentaría la corte de su primo, el rey Alfonso X, donde conocería a su futuro esposo, el infante Sancho, con quien contraería matrimonio en Toledo en 1282. Esta unión tuvo que afrontar desde el primer momento duras dificultades. Por un lado, Alfonso X, no aceptaba esta boda porque años antes había concertado el enlace de Sancho con Guillermina de Montcada, hija del vizconde de Bearne. Por otro lado, el papado se oponía a este matrimonio por cuestiones de consanguineidad, pues María era tía segunda de Sancho, aunque, en el fondo, poderosas razones diplomáticas explicaban, realmente, la oposición del papa Martín IV.

En 1275 moría de forma súbita en Villa Real don Fernando de la Cerda, primogénito de Alfonso X, por lo que Sancho pasaba a ser el heredero al trono castellano-leonés, pero el creciente distanciamiento entre Alfonso y Sancho, al que, sin duda, contribuyó el matrimonio con María, hizo que Alfonso X modificara el sistema hereditario, pasando así los hijos de Fernando de la Cerda a ser los legítimos herederos. Esta confusa situación daría lugar a una guerra civil y, tras la muerte de Alfonso X en 1284, Sancho IV se apresuró a proclamarse rey de Castilla y León y puso un empeño notable en que en las ceremonias de entronización se le acatara junto a la reina María, que sería su principal apoyo en la contienda que tuvieron que afrontar contra un buen número de nobles castellanos que apoyaban a los infantes de la Cerda, quienes, además, contaban con la ayuda de Jaime II de Aragón y Dionís de Portugal, monarcas que intentaban obtener beneficios para sus reinos a costa de las luchas internas de Castilla y León.

Izq.: María de Molina presenta a su hijo Fernando IV en las Cortes de Valladolid en el año 1295. Centro: Sepulcro de María de Molina en el Monasterio de las Huelgas Reales de Valladolid. Dcha.: Sancho IV destacó por su bravura en el campo de batalla, pero con escaso carácter conciliador

Sancho IV destacó por su bravura en el campo de batalla, pero su escaso carácter conciliador hizo necesarias las dotes diplomáticas de María, que con perseverancia y astucia logró crear unas condiciones propicias para atender primero a las necesidades políticas de su esposo y después a las de su hijo y su nieto, consiguiendo con ello consolidar los intereses de Castilla y León. La labor de María como consejera de plena confianza no solo fue premiada por su esposo con sincero afecto sino que también fue recompensada con decisiones como la concesión en 1293 del estratégico enclave del señorío de Molina, que explica el sobrenombre con el que es conocida nuestra protagonista.

Al morir Sancho IV en 1295 accedía al trono su hijo Fernando, pero como tan solo contaba con diez años de edad María asumía la regencia del reino, durante la cual de nuevo puso de manifiesto su notable capacidad de gestión al lograr rechazar el peligro de una invasión exterior y confirmar los derechos de su hijo Fernando IV al obtener, por fin, en 1301 la bula pontificia que legitimaba su matrimonio con Sancho. Para hacer frente a la oposición de los nobles que seguían apoyando a los infantes de la Cerda, María supo ganarse la colaboración de importantes concejos castellanos y de la burguesía urbana. Al alcanzar Fernando IV la mayoría de edad en 1301 y empezar a ejercer el gobierno en solitario la aristocracia aprovecho la oportunidad para ganar protagonismo y reducir la influencia de María que, además, tuvo que soportar injustas críticas y graves acusaciones infundadas. A pesar de ello, María no dudó en acudir junto a su hijo cuando la salud del rey empezó a deteriorarse. Cuando Fernando IV muere en 1312 su heredero solo tenía un año de edad. María asumiría nuevamente la regencia, que sería ratificada en 1313 por las cortes convocadas en Palencia. La aristocracia intentó aprovechar, de nuevo, la minoría de Alfonso XI para ganar influencia. Aunque María fallecía en 1321, su capacidad negociadora había logrado salvaguardar los intereses de Alfonso XI, que estarían protegidos por el concejo de Valladolid hasta que alcanzase la mayoría de edad. La reina María de Molina merece un destacado lugar en nuestra historia por haber sabido anteponer los principios del buen gobierno y la defensa del bien común a los intereses de personajes ávidos de poder e influencia.