Cazar no es tirar. Esto los cazadores lo tienen muy claro. El cazador es aquel que tiene un comportamiento muy especial en cuanto toma una escopeta o un rifle. Para él la caza es una forma de vida que implica en el 99 por ciento de los casos seguir una tradición familiar, el aprendizaje pateando campo al lado del padre y, también, un profundo respeto a la Naturaleza. La diferencia entre el cazador y el tirador se mide por ese equilibrio entre la afición, el campo y la vida personal. Si no existe ese equilibrio sólo podemos hablar de tirador.
Los tiradores, que son tantos o más que los cazadores, suelen entrar en el sector cinegético de forma puntual, motivados por circunstancias muy diversas, sociales sobre todo. Muchos de ellos terminan siendo cazadores. Otros, simples tiradores a todo aquello que se mueve.
Los cazadores maman la caza desde su nacimiento. Miran de abajo arriba al padre, a su morral, escopeta y canana. Lo acompañan como un perdiguero contando los años, las temporadas que faltan para que ellos puedan tomar la escopeta. Pero sobre todo van asumiendo un sinfín de normas, la mayoría de ellas no escritas, que les van formando como auténticos cazadores y que les acompañaran y a lo largo de toda su vida.
Muchos de ellos ni siquiera recuerdan cuando fue la primera vez que salieron al campo acompañando una escopeta, tal vez a Los Quintos de Mora, en una jornada nebulosa mezcla de inquietud, nervios, paisaje, estampidos, olores y, al final, ya en noche cerrada, las piezas alineadas y a su alrededor las conversaciones de quienes las abatieron o dejaron escapar otras que tal vez fueron tocadas. Son imágenes que se guardaron durante años y después aparecen, tamizadas por esa memoria selectiva que nos va haciendo cazadores.
La caza mayor y menor son tan distintas como igualadas por la competición presa-cazador. El aprendizaje es diferente pero los límites para poder pegar un tiro parecidos: los 16 años. Sin embargo, pese a la inquietud del niño, hasta los 12 años no es aconsejable que los más jóvenes empiecen a acompañar al cazador. El cazador veterano sabe que esta espera en el tiempo va forjando el espíritu del cazador, que no es otro que asumir muchas reglas para lograr ese equilibrio del que al principio hablábamos.
¿Pero cuál es la primera norma que aprende un cazador y enseña a quien lo será en el futuro?
Todos los cazadores lo tienen muy claro: la seguridad. Es lo más importante, se practique la modalidad que se practique. Si hablamos de caza mayor sabremos localizar los puestos vecinos, enterrar la bala, cómo cargar con el arma, cómo conocer los movimientos de los demás y dónde están situadas el resto de personas. Y esto se aprende mucho antes de poder hacer el primer disparo. Esta seguridad se manifiesta de forma distinta en la caza menor, una modalidad aparentemente más divertida que el puesto fijo en la montería, aunque la sensación que se siente al ver correr una pieza mayor en el monte, intuir y esperar que va a salir a un claro, es imposible de describir y de entender si no se ha vivido en la propia piel. Volviendo a la seguridad, en la caza menor, al salto, esperando que surja la liebre donde menos se la espera, conlleva conocer muy bien los distintos movimientos de los cazadores que se mueven en línea y mantener siempre presentes una serie de reglas que se aprenden y se asimilan gastando mucha suela al lado de un cazador experimentado.
Otra norma no escrita, que muchas personas ajenas al mundo de la caza creen que no existe, es el respeto del cazador por la pieza. Porque cuando el cazador espera en el rececho el paso del ciervo o del jabalí, o atisba el matojo donde con seguridad se agazapa la liebre o el tomillo del que surgirá rápida vibrante la perdiz, sabe que durante unos segundos tendrá frente a su arma a un ser vivo. El cazador sabe que cuando abate una pieza no acaba de arrancar una seta del suelo o una pera de un árbol. Pero a la satisfacción de la pieza cobrada, que se manifiesta antes, durante y después de apretar el gatillo, –posiblemente, aunque el objetivo que se presenta en su punto de mira esté en movimiento, nunca admitirá emocionalmente que esté vivo- sabe racionalmente que con la pieza abatida contribuye al equilibrio de una naturaleza que respeta tanto como ama. El cazador conoce el terreno donde practica su afición y cuando sabe que la caza es escasa, no la mata. Porque ahí si tiene consciencia de tratar con seres vivos que se reproducen y crecen. El cazador – no el tirador- sabe siempre con quien se enfrenta y hasta dónde puede llegar. Su relación con la pieza es siempre una mezcla de dudas y de satisfacción. Es difícil explicar a quién no conoce la caza la diferencia que existe entre un cazador y un carnicero que acogota terneros o degüella cerdos en un matadero con la sangre hasta las rodillas. La caza es algo distinto y el cazador así lo siente, sobre todo porque la pieza, si se siguen las normas (y aquí otra vez debemos distinguir cazador de tirador), tiene también sus posibilidades de vencer al cazador y burlarle.
Este conflicto, la explicación a una gran parte de la sociedad de esa relación cazador-pieza-muerte, es posiblemente la asignatura pendiente de los cazadores. Porque esta sociedad no entiende, por ejemplo, que un cazador se desplace 500 kilómetros, esté tres días fuera de casa, permanezca doce horas inmóvil en un puesto de montería, no llegue a disparar un solo tiro, y sin embargo regrese feliz. Es algo inexplicable.
Pero cuando un cazador se echa al monte no siempre lo hace sólo. Al contrario, es raro que lo haga sólo. Suele acompañarle su cuadrilla. Este grupo, aunque sea también difícil de entender, llega a tener vínculos más fuertes que los de la propia familia. De hecho existen estudios sobre arraigo poblacional que demuestran que los vínculos que proporciona la caza fijan más al terreno que la propia familia. Porque gran parte de la emoción del cazador no la centra en la pieza o en la Naturaleza, sino en esa relación que lo une a quienes comparten afición, tiempo y, sobre todo sentimientos. Y no sólo se da en la caza menor en la que la cuadrilla avanza desplegada en línea y sus miembros se ven y comunican, sino también en la caza mayor, sobre todo cuando son cotos locales. Y estas cuadrillas, aunque no cacen nada, viven auténticas jornadas de convivencia y satisfacción. Podríamos hasta hablar de la familia cinegética.
Todos estos sentimientos y vivencias han sido descritos por multitud de aficionados, muchos de ellos excelentes literatos, siendo muy recomendable el ya fallecido Miguel Delibes, especialmente para aquellos que quieran revivir la caza menor, especialidad del escritor vallisoletano, un gran cazador a la vez que muy crítico con el sector, con la administración y, para entendernos “con todo bicho viviente”. Auténtica autocrítica.
Y hablando de Delibes éste demostró que la caza también, al margen de las cuadrillas, puede disfrutarse en total soledad. Un hombre, una escopeta, un perro.
Llegados a esta altura muchos lectores se estarán diciendo que la caza, tanto menor (en estos tiempos) como mayor, (en todos los tiempos), es un capricho para las élites. Algo que desde el sector se considera que sí y que no, que ocurre como con cualquier otra afición, que puede resultar más o menos cara dependiendo de cómo se enfoque. Dicen que de la misma forma que un senderista ciudarrealeño puede hacer una ruta por la sierra de Picón, sin gastarse un duro, puede también hacerse una ruta en Ordesa, alquilando una casa rural, que le costará su buen puñado de euros. Con la caza ocurre lo mismo. Si no existe vinculación con un municipio determinado, la caza sale cara. Si uno se centra en un término municipal concreto, apuntándose a una sociedad de cazadores, alquilando ciertos cotos, y centrándonos en nuestra provincia, la cuota más cara está en 400 euros, existiendo muchas por 100.
Un ejemplo lo tenemos en la Sociedad de Malagón, de caza mayor, con una cuota de poco más de 200 euros, más 60 por cada salida, lo que quiere decir que por 600 euros se puede hacer una temporada. La caza mayor tiene ganchos desde 200 euros hasta 3.000. Depende lo que se busque y se esté dispuesto a pagar.
Sin embargo no debemos olvidar que el 89 por ciento de nuestra región está bajo la figura de coto de caza y es imposible pensar que todos los puestos costasen 1.000 euros. No hay suficiente cazadores de ese nivel económico que pudiesen cubrirlos.
Pero el mundo cinegético tiene también sus problemas, llámense depredadores o, incluso, agricultores. Han sido muchas las quejas recientes sobre los daños producidos por los jabalíes en los maizales o los conejos en los cereales. Se trata de una lucha de siempre y de difícil solución, ya que es un enfrentamiento entre la afición de un grupo y el dinero, la economía, del otro.
Pero curiosamente el punto de vista del cazador es que su actividad, la eliminación de conejos y jabalíes, beneficia precisamente a la agricultura. De que mantienen un equilibrio. Incluso la Ley suele ser discutible, porque dice que la pieza no es de nadie, pero cuando existen daños en la agricultura si aparece “por arte de magia” el dueño de la pieza.
En esta lucha, en la que es verdad que la caza produce daños importantes, la excesiva presión de los agricultores hace que muchos cotos, ante el miedo de las indemnizaciones, terminen por desaparecer, dejándolos libres, lo que lleva a que la caza, ya más descontrolada, hará aún más daños. Es algo que suele ocurrir mucho con los conejos.
Por su parte los agricultores se limitan a pedir el exterminio utilizando cualquier método, muchos de ellos, tan dañinos como ilegales. La solución, como en todo, es la colaboración y el entendimiento entre cazadores y agricultores, en una relación que es imprescindible.
Finalmente debemos mencionar la figura del furtivo. Desde fuera del sector se suele mantener la figura del hombre que caza de noche con el fin de vender la pieza y subsistir, incluso para comerla directamente. No se ciñe a la realidad actual, aunque puntualmente pueda haber una vuelta al “furtivo de carne”. El perfil actual es el “furtivo de Playsatation”, que busca principalmente el trofeo, muy preparado técnicamente, con tecnología muy avanzadas como visión nocturna y GPS, que cazan principalmente para satisfacer su ego, aunque hay quien comercializa también los trofeos. En cuanto a su motivación se considera que lo practican como se hace con otros deportes de riesgo. Sólo es entendible bajo una cabeza, si no enferma, sí con importantes desequilibrios. La realidad es que hay muchos más de lo que se piensa y de lo que se sabe, y el daño que hacen al sector es realmente importante. En Castilla-La Mancha el furtivismo es casi exclusivamente de caza mayor.
Y desde luego pueden ser calificados de cualquier cosa menos de cazadores.