Por fin Europa ha llegado a un acuerdo sobre la PAC. Un proceso que empezó en junio de 2018. Lo que trae de bueno es eso, que hay acuerdo. Porque por lo demás… La Política Agrícola Común viene con menos dinero, con más exigencias medioambientales y más burocracia, si tenemos en cuenta las líneas rojas que ha impuesto Bruselas. Ahora falta que la letra pequeña, la que desarrolla el Plan Estratégico Nacional, piense un poco en los agricultores y ganaderos. Desde ASAJA estamos muy pendientes de su desarrollo, sobre el que trabaja en estos momentos el ministerio de Agricultura junto con las CC.AA. Nos jugamos mucho. Confiemos en que primen las tesis agrarias y no las medioambientales y así mejoren las reglas de juego de la futura PAC.
Hay grandes retos por delante. El Plan debe contentar a un sector agrario con muchas especificidades y carencias a lo largo y ancho del territorio. Esto lo convierte en una tarea compleja. Eso sí, con poco que la estrategia española piense en la productividad del campo español, ya se habrá mejorado la propuesta europea. De momento, las Comunidades han apoyado la propuesta presentada por el Departamento que encabeza Luis Planas como “hoja de ruta”, y el acuerdo pasa ahora por convocar un grupo de trabajo que defina el modelo de aplicación de los ecoesquemas para su presentación en una nueva Conferencia Sectorial que se celebrará en otoño. Esta nueva reunión tendrá dos objetivos: validar el enfoque que se le da a la parte medioambiental y examinar el estado de situación del Plan Estratégico, que deberá presentarse a la Comisión Europea antes de que acabe el año para que Bruselas lo supervise en la primera mitad de 2022 y pueda entrar en vigor el 1 de enero de 2023.
Todavía quedan meses por delante para terminar de definir cuestiones importantes como qué pasará finalmente con los derechos históricos o cómo quedará finalmente la rebaja de las regiones que se plantea. Pero la mayor dificultad se centra en los ecoesquemas. Estos son, pagos específicos para los beneficiarios que voluntariamente los soliciten y que lleven a cabo en la superficie elegible de su explotación prácticas beneficiosas para el clima y el medio ambiente. Una ayuda directa desvinculada de la producción al que se destinará el 25% del presupuesto, un 23% del primer pilar y un 2% del segundo pilar de la PAC. Los primeros dos años serán voluntarios, sí, pero de no acogerte no optas a un cuarto del presupuesto. Estamos hablando de mucho dinero, por lo que pone entre las cuerdas a los agricultores y ganaderos.
Esperemos que las exigencias medioambientales sean sencillas y fáciles de aplicar, para lo cual tiene mucho margen el ministerio. Aunque van a suponer un importante incremento de costes, no pueden implicar además que ese 23% de las ayudas puedan perderlo las explotaciones porque se impongan requisitos más allá del buen hacer de los agricultores y ganaderos y que conlleven gastos adicionales inasumibles.
Y que no nos engañen, el capping penaliza de forma injusta a las explotaciones más eficientes, a las que han hecho inversiones, a las que han apostado por fórmulas asociativas de cualquier tipo y a las que generan más empleo. Obligará a muchas de ellas a deshacer figuras asociativas, haciéndolas menos competitivas.
Lo de las ayudas acopladas es “de traca”. Es una importante y preocupante novedad. Se dice que se incorporarán criterios de elegibilidad que permitan contribuir a conseguir los objetivos de la estrategia “de la granja a la mesa”. A lo que yo me pregunto, ¿esto implicaría nuevos requisitos de los llamados “verdes” a cumplir para cobrar las ayudas?
Está claro que quieren ser novedosos y se pasan… Tanto que incluyen una condicionalidad social, que se suma a las condiciones de siempre en versión extendida y a las exigencias medioambientalistas. Medidas en el ámbito laboral que ya se cumplen y son competencia de otros ministerios y administraciones.
Señores, ahogar a un sector esencial es peligroso. Agricultores y ganaderos no merecen que se les exija una contribución medioambientalista de este calibre, máxime teniendo en cuenta que son los únicos que ya, de por sí, con su trabajo diario, descontaminan. ¿De qué actividad económica podemos decir eso? De muy pocas.