Francisco Javier Morales Hervás/Doctor en Historia.

Joaquín era un afamado y controvertido matador de toros que un día de finales de agosto de 1927 se encontraba en Almagro, pues esa tarde debía actuar en su Plaza de Toros. Como había llegado pronto a esta hermosa ciudad, decidió dar un paseo por sus bellas calles. A lo largo de su recorrido pudo disfrutar de los atractivos patrimoniales que se le presentaban por doquier. Al llegar ante el Convento de la Asunción Calatrava un joven almagreño le reconoció y le animó a hacer una parada para contemplar con detenimiento los bellos elementos que se atesoraban en ese conjunto arquitectónico. Gracias a este joven, Joaquín pudo saber que las obras de ese convento se pudieron iniciar gracias a una generosa donación realizada en 1504 por Don Gutierre de Padilla, Comendador mayor de la Orden de Calatrava, aunque la finalización de las obras sufrieron ciertos retrasos y no pudieron terminarse hasta mediados del siglo XVI, dilación debida, en parte, a la complejidad que presentaba el proyecto, cuya concepción destilaba evidentes influencias italianas.

Claustro

A pesar de ciertos problemas y vicisitudes que se produjeron durante la realización de las obras, el resultado final fue extraordinario. La Iglesia se realizó según los cánones que predominaban en Castilla desde la época de los Reyes Católicos, por lo que ésta presentaba una sola nave con capillas laterales abiertas entre los contrafuertes y un ábside poligonal en la cabecera. La iglesia se estructuraba en cuatro tramos que estaban cubiertos con bellas bóvedas estrelladas, características del denominado gótico flamígero.

El acceso principal se situaba a los pies del templo en la nave del evangelio, donde se disponía una llamativa portada concebida como un arco de triunfo profusamente decorado y estructurado en dos cuerpos superpuestos: el inferior con un arco de medio punto flanqueado por medias columnas toscanas y pilastras sobre las que aparece un entablamento ricamente ornamentado, en el que destaca un friso decorado con ocho dragones enfrentados, que se alternan con dos tondos en los que se representa la Cruz de Calatrava.

El cuerpo superior presenta tres hornacinas entre pilastras de orden corintio y rematando todo el conjunto se dispone un gran escudo del emperador Carlos V.

Detalle de la escalera. (Fotos facilitadas por el área de Cultura del Ayuntamiento de Almagro y Wikipedia)

Tras contemplar con admiración esta portada, el joven almagreño guio a Joaquín hasta el claustro, que, sin duda, representaba el otro elemento más destacado de este convento. Al acceder al espacio claustral, el torero sevillano se quedó impresionado por su armónica belleza y se preguntó cómo era posible que este hermoso representante del Renacimiento español fuera tan poco conocido. Era un espacio de planta cuadrangular con dos cuerpos, empleándose el orden jónico para el inferior y el toscano para el superior. Todo estaba planificado con una perfecta armonía y en la decoración de las portadas y ventanas se podía apreciar una amplia gama de motivos típicamente renacentistas como candelieri, medallones, grutescos…, lo que evidenciaba que en su diseño tuvieron que participar destacados artistas como Enrique Egas, el Mozo. Dentro de este espacio asumía un especial protagonismo la escalera, que seguía un modelo bastante habitual a comienzos del siglo XVI al estar dividida en tres tramos que son acogidos por una cubierta única y presentar una balaustrada de tracería flamígera.

Joaquín, aún impactado por la belleza que acababa de contemplar, agradeció a su joven guía sus explicaciones y este le deseó mucha suerte para la corrida vespertina, aunque, lamentablemente, no la tuvo, pues Joaquín esa tarde estuvo más pendiente de recordar el arte sublime que había disfrutado por la mañana que de los morlacos que tenía delante, por lo que desde ese día se hizo famosa la expresión “quedar como Cagancho en Almagro”.