Myriam Millanes

Con un lápiz de color en la mano y una interrogación en la mirada, se sentó su rutina en una manta.

Y cerró la puerta y las ventanas.

Y empezó a contarle cuentos, primero de villanos, de criaturas imposibles con poderes, que hacían temblar de miedo las paredes de la sala.

Un terrible enemigo había encerrado al profe en un fondo de pantalla y se había llevado el aire limpio de sus calles y los parques, rodeando de juguetes infectados sus murallas.

Y la rutina siguió leyendo páginas, que ahora inventaban superhéroes de jabón, soldados en bata en lugar de capa, rehenes con máscaras a medida y gafas del Decathlon.

Un capítulo tras otro reinaba el desconsuelo. El monstruo invisible robó el bastón al pobre abuelo y dejó sus zapatillas prisioneras de un rincón.

Y cansado de aquel cuento, decidió cambiar las normas, le mandó deberes a la vida, mensajes cifrados en arcoiris, pegados en los cristales de la cocina,

Sus órdenes eran claras, a toque de flauta, guerra de almohadas, trincheras de felpa y música en un altavoz.

Y la respuesta llegó, sus tropas en pijama, aplaudían cada día.

Se hicieron fuertes haciendo equipo con los niños de las vecinas.

Y el enemigo en calles desiertas, con poca ayuda y sin amor, perdió sus fuerzas, soltó la vida y se secó.

Desde ese día, la fiesta de la corona, viste las calles de niños monstruos y aplausos nuevos desde el balcón.

 

Myriam Millanes

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