Francisco Javier Morales

Francisco Javier Morales Hervás/ Doctor en Historia

Era un auténtico festín para los sentidos. Se podía disfrutar con los ricos aromas que procedían de los hornos donde se elaboraban apetitosos dulces en los que la miel y las almendras cobraban especial protagonismo. La vista se maravillaba con el amplio espectro de colores de los tejidos procedentes de todo el Mediterráneo y cuyo tacto hacía las delicias de los gustos más refinados. Los paladares exigentes encontraban amplia satisfacción en los locales donde se servían ricas viandas, especialmente el cordero sabiamente aderezado con ricas especias llegadas desde lugares remotos, que combinaban perfectamente con el romero y el tomillo de los cerros cercanos. Todo ello acompañado de alegres melodías que delicadas y experimentadas manos hacían brotar de instrumentos de viento y percusión.

Todo esto se podía disfrutar en la ciudad de Calatrava, enclave fundamental entre Toledo y Córdoba en época musulmana, que llegó a ser capital de este amplio territorio de la meseta meridional entre los siglos IX y X. A su notable desarrollo contribuyó su posición estratégica, controlando un vado del río Guadiana, y en un importante cruce de caminos en el que coincidían la ruta principal entre Toledo y Córdoba, la vía de Mérida a Zaragoza y algunos caminos que unían el Atlántico con el Levante. Esta privilegiada ubicaCalatrava la Viejación permitió que se beneficiara de un intenso tráfico comercial que favoreció su desarrollo y facilitó la llegada a esta ciudad de ricas y variadas mercancías que eran redistribuidas junto con productos elaborados en la propia ciudad, destacando su producción alfarera.

El interés estratégico de Calatrava también explica el notable desarrollo alcanzado por su sistema defensivo, que llegó a contar con un recinto amurallado de unos 900 metros de perímetro, reforzado por más de una treintena de torres, tres de las cuales eran albarranas y otras tres tenían planta pentagonal en proa. El dinamismo de este enclave obligó, además, a planificar con detalle todos los mecanismos de aprovisionamiento, destacando, en este sentido, las complejas infraestructuras hidráulicas inspiradas en modelos orientales, como las dos grandes corachas realizadas para abastecer de agua al alcázar y a la medina.

Si bien Calatrava adquirió un especial protagonismo entre los siglos IX y XII durante las épocas Omeya, de Taifas y Almorávide, su privilegiada ubicación explica que también fuese un punto de interés tanto en la etapa protohistórica como en la Baja Edad Media. En la época ibérica se localizó en este paraje un importante asentamiento, un “oppidum”, que alcanzó un notable protagonismo como se deduce de las estructuras defensivas que se conservan y de los materiales arqueológicos recuperados. Por otra parte, tras su toma en 1147 por Alfonso VII pasó a ser Calatrava la Viejala plaza cristiana más avanzada frente a los musulmanes, convirtiéndose en la primera encomienda templaria del reino de Castilla, aunque por poco tiempo, pues los templarios la abandonaron en 1157. Al año siguiente, por iniciativa de Sancho III, se estableció la Orden de Calatrava, que se mantuvo hasta 1195, cuando por la derrota de Alarcos tuvo que abandonar esta fortaleza. Tras la victoria de las Navas de Tolosa (1212) y el traslado de la sede de la orden a Calatrava la Nueva, en este lugar se ubicó la encomienda de Calatrava la Vieja hasta comienzos del siglo XV.

En definitiva, los amantes del arte y de la historia tenemos una cita obligada en el término de Carrión de Calatrava para disfrutar con un rico legado que nos habla de comercio, artesanía, batallas, infraestructuras, fundaciones… y todo ello en un bello entorno que nos aguarda para disfrutar de su patrimonio, de los excelentes caldos de sus bodegas y de los apetitosos manjares de sus mesones.