Francisco Javier Morales Hervás y Aurora Morales Ruedas / Doctor en Historia y Graduada en Historia del Arte

La “Dama Roja” de la Cueva de El Mirón vivió durante el período Magdaleniense cerca de diversas cuevas cántabras como Altamira, en las que, durante esa etapa del Paleolítico Superior, se estaban realizando bellas expresiones pictóricas que es probable que esta destacada mujer llegara a conocer e incluso, dado el carácter sagrado que se le ha atribuido, quizás pudo realizar actos rituales junto a algunos de los famosos paneles decorados con pinturas rupestres que aparecen en algunas de estas cuevas. Llegados a este punto resulta oportuno abordar el debate sobre la autoría del arte paleolítico. De nuevo nos encontramos con una visión tradicional que ha atribuido en exclusividad la realización de las pinturas parietales paleolíticas a hombres, pero las evidencias documentadas en los últimos años, gracias al desarrollo de estudios más detallados, nos permiten afirmar que las mujeres también contribuyeron en la ejecución de estas maravillosas expresiones artísticas.

Cuando pensamos en las pinturas paleolíticas nos vienen a la mente imágenes de representaciones de animales como caballos o bisontes, pero debemos recordar que entre los elementos que formaban parte de los paneles decorados de las cuevas también eran frecuentes las figuras geométricas y las manos. Precisamente un estudio realizado sobre 32 representaciones de manos en 8 cuevas del sur de Francia y del norte de España, la mitad de las cuales correspondían a la Cueva del Castillo (Cantabria), ha demostrado que el 75% de ellas pertenecían a mujeres. Sería arriesgado extrapolar este porcentaje al total de pinturas paleolíticas, pero resulta evidente que este estudio nos viene a confirmar que las mujeres también tuvieron un notable protagonismo en la ejecución de las primeras manifestaciones artísticas de la humanidad. Junto a las pinturas representadas en las cuevas paleolíticas, también existe un arte mueble constituido por pequeñas esculturas femeninas (las denominadas “venus”) y grabados realizados sobre piedras, huesos y cornamentas. En este grupo también se incluyen algunos huesos y plaquitas decorados con incisiones, cuyo estudio detallado ha permitido plantear nuevas posibilidades interpretativas, como la denominada “conjetura Zaslavsky”, desarrollada por esta etnomatemática tras analizar diversos huesos decorados procedentes de yacimientos africanos, especialmente el hueso de Ishango, que Zaslavsky interpretó como un posible recuento de ciclos menstruales, planteando la hipótesis de que los primeros “matemáticos” de la historia podrían haber sido mujeres. En este sentido resulta ilustrativo fijarnos en algunos casos llamativos documentados en diversos yacimientos paleolíticos de nuestro país. En la Cueva de Morín (Cantabria) se recuperó un colgante decorado con 30 muescas transversales; en Las Caldas (Asturias) se encontró un incisivo de caballo decorado con 30 incisiones; en La Garma (Cantabria) se documentaron un metacarpo de cabra y 2 dientes de ciervo con entre 28 y 30 incisiones y en Altamira se encontraron 4 pequeñas placas hechas con hueso hioides de caballo, que también aparecen decoradas con unas 30 muescas cortas.

Resulta significativo que en todos estos casos el número de incisiones con las que aparecen “decorados” estos huesos y plaquitas se encuentre entre 28 y 30, lo cual, no parece que pueda ser fruto de una mera casualidad, por lo que debemos buscar una posible explicación lógica. En línea con la “conjetura Zaslavsky”, diversos investigadores plantean la posibilidad de relacionar la creación de este tipo de piezas con un sistema de contabilidad, concretamente con la elaboración de una especie de calendario, que estaría basado en los ciclos lunares, cuya duración se sitúa entre los 29 y 30 días. Además, la existencia de estos elementos también se pone en relación con el ciclo menstrual de la mujer, que, “grosso modo”, viene a coincidir con el lunar. De este modo, se podría concluir que nuestros antepasados, desde el Paleolítico Superior, ya establecieron sistemas para el control del tiempo.

La existencia de calendarios es importante en sociedades agrarias para preparar las actividades propias de cada estación, pero ¿qué sentido tendría contabilizar el paso del tiempo en las sociedades cazadoras y recolectoras paleolíticas? En este caso, es probable que el control del tiempo estuviese más vinculado con los ciclos menstruales, resultando muy interesante el estudio realizado sobre las cuatro plaquitas de Altamira, que, al estar decoradas por ambas caras, constituyen un conjunto de 8 ciclos, lo cual ha sido interpretado como el cómputo de la duración del embarazo a partir de la constatación de la primera falta. Sin duda, se trata de una sugerente hipótesis, que atribuiría la realización de este tipo de elementos a mujeres, interesadas en conocer una contabilidad necesaria para proteger la vida de futuras madres y de sus criaturas, como precursoras de las matronas.

Izq.: Se ha demostrado que el 75% de las manos pertenecían a mujeres. Centro: Colgante de la cueva de Morín. Dcha.: La etnomatemática estadounidense Claudia Zaslavsky planteó la posibilidad de que las muescas en el hueso Ishango no representaran solo períodos lunares, como se creía, sino ciclos menstruales.