Tradición panadera desde 1940 en Campo de Criptana

La historia de esta saga de panaderos daría comienzo en el año 1940 cuando, Bernabé Villafranca, tras caer enfermo y no poder seguir dedicándose a sus labores en el campo, decide construir un horno de leña “moruno” para cocer pan junto a su mujer Francisca en su casa situada en la calle Pozo Dulce. Este horno era usado por las vecinas de la localidad para cocer el pan allí, llevando ellas mismas las gavillas para hacer la lumbre y los ingredientes necesarios para elaborarlo ayudados por Bernabé y Francisca. El beneficio que ellos sacaban era el cobro de un pan por cada treinta que se cocían.

Pero quien realmente le dio un impulso importante al negocio fue la hija de estos, Eugenia, junto a su marido José María, al que apodaban “El Orejón”. Eugenia, una persona muy inquieta y atenta, pronto aprendió el oficio de amasar la harina y cocer el pan en el horno, ya que desde muy pequeña se fijaba en como lo hacían.

José María conoció a Eugenia muy joven, y aunque su oficio estaba relacionado con la electricidad, pronto se vinculó a la familia y al negocio. Era un hombre de muchas ideas y rápidamente buscó la manera de sacarle rentabilidad al negocio. Por eso, comenzó a mover hilos para obtener una licencia que le otorgara el poder realizar la actividad de cocer pan y poder venderlo al público. Unos trámites de licencia que por aquel entonces eran complicados de obtener. Aun así, la insistencia de José María y los muchos viajes realizados a Ciudad Real, harían que le autorizaran el funcionamiento legal de su horno para poder comprar harina y poder vender pan en la calle.

Izq.: Los fundadores Bernabé y Francisca. Dcha.: La posible quinta generación de esta empresa.

Los primeros años, como todo, fueron algo complejos, más aun en años de posguerra. A las tres de la mañana iban a recoger agua a la fuente del “Caño”, ahí comenzaban su jornada laboral. Luego tocaría amasar, después cocer…el pan lo elaboraban con harina de cebada o de maíz, sal y levadura que por aquel entonces se conseguía con la “masa madre”. Tras el amasado y la cocción llegaba el turno del reparto, algo que en los primero

años hacían a pie con una cesta, posteriormente en una borriquilla y más adelante en un carro arrastrado por una mula.

José María Beamud Villafranca, hijo único de José María y Eugenia, pronto comenzaría a ayudar a sus padres, con apenas 8 años de edad ya se le veía repartiendo el pan que elaboraban en bicicleta. Los panes de por aquel entonces eran redondos y de casi un kilo de peso que costaban 4,80 pesetas. También comenzaron a tocar la repostería, elaborando magdalenas y galletas en fechas señaladas y por encargo.

El trabajo en la panadería era constante, de lunes a domingo, exceptuando Viernes Santo, Navidad y Año Nuevo que eran los únicos tres días que se descansaba al año. Algo que cambio llegado el año 1967, donde se estableció una ley que les obligaba a descansar también los domingos.

Durante la década de 1960 la panadería, y también la vivienda, cambian de ubicación a la calle Dulcinea. Un cercado que habían comprado años antes, bueno, más bien fue un trueque, ya que el cercado lo obtuvieron a cambio de un gorrino de varios kilos de peso.

Izq.: Eugenia Villafranca y José María Beamud junto a diferentes productos. Centro: Eugenia junto a su hijo José María repartiendo pan por la calle. Dcha.: José María Beamud junto a sus padres cociendo pan.

Desde entonces hasta hoy, son varias las reformas que han realizado, comenzando con una panadería de 60 m2 hasta llegar a las instalaciones de las que disponen hoy en día.

En la década de 1990, José María Beamud Villafranca y su esposa, María Teresa Ortega, se hacen cargo del negocio junto a sus hijos María Eugenia y José María, siendo esta la cuarta generación de panaderos.

En el año 1997 el negocio va muy bien, comenzando entonces a ver la opción de ofrecer sus productos también fuera de Campo de Criptana. Primero fue en Alcázar de San Juan en una cadena de supermercados, y posteriormente, creciendo en otros pueblos de alrededor, contando a día de hoy con cerca de 300 clientes fuera de la localidad y 13 personas trabajando en el negocio.
Son muchos los destinos de venta donde reparten sus productos, prácticamente por toda la región. Unos productos que se elaboran con las recetas tradicionales de Eugenia Villafranca, las recetas de “la abuela”.

Han pasado cerca de 80 años desde que esta saga de panaderos comenzara su andadura. Una andadura que cuenta ya con su cuarta generación, y con una quinta que aun esta por crecer, pero que seguro continuara con esta tradición de tantos años de historia.

Texto: Juan Diego García-Abadillo
Fotos: Panadería Orejón