Francisco Javier Morales

Francisco Javier Morales Hervás/ Doctor en Historia

Ignacio acababa de llegar a Manzanares en un día caluroso de agosto pues debía sustituir a Domingo Ortega en la corrida de toros que iba a celebrase esa tarde. Como aún quedaban algunas horas antes de que se iniciase el espectáculo taurino, Ignacio, cuyas inquietudes literarias y artísticas eran muy conocidas, decidió pasear por los lugares más destacados de esta población manchega. Dejó para el final del recorrido la Plaza Mayor con el fin de proceder a la visita de la Iglesia de la Asunción, a donde pudo llegar sin muchos problemas al contar con la referencia de su airosa torre barroca de mediados del siglo XVII, que, como una especie de faro, servía de guía a fieles y visitantes.

Una vista del exterior del templo.

La fama de nuestro protagonista provocó que casi desde el primer momento estuviese acompañado por un buen número de personas que estaban encantadas de dar respuesta a todas las preguntas que hacía, pero al llegar a la iglesia les indicó con su elegancia natural que prefería realizar la visita al templo acompañado tan sólo del párroco, que se encontraba esperándole en la puerta del mediodía. Una vez que quedaron a solas, Ignacio se quedó extasiado al contemplar con detenimiento la belleza ornamental que presentaba esta puerta, que, según le contó el sacerdote, pertenecía al estilo Plateresco y había sido diseñada por el gran arquitecto Enrique Egas, quien elaboró un detallado programa iconográfico en el que aparecían representadas más de 300 figuras entre las que se encontraban Dios Padre, la Asunción, un apostolado, santos, David y Salomón, Adán y Eva, profetas, ángeles…. Todo ello elaborado con una calidad que le hacía parecer una obra más propia de orfebres.

Cruzar el umbral de esta puerta, que representaba un lugar idóneo para desarrollar una enriquecedora catequesis, era como traspasar el límite entre lo mundano y lo sagrado. Una vez dentro del templo Ignacio quedó sorprendido al encontrarse acogido en un amplio espacio conformado por una sola y luminosa nave y una planta de cruz latina, también diseñada por Enrique Egas cuando a mediados del siglo XVI se le contrató para proceder a la ampliación de la anterior iglesia, que había quedado muy afectada por un incendio. La nave se cubría con bóveda de cañón y el ábside ochavado estaba cubierto por una bóveda de cuarto de esfera. A los lados de la nave central se fueron abriendo progresivamente varias capillas, hasta un total de cinco, cuya construcción fue promovida por el cabildo y familias ilustres de la ciudad.

Tras contemplar los valores constructivos y ornamentales de las capillas, Ignacio dirigió su interés hacia el retablo barroco, dedicado a la Coronación de la Virgen, que congregaba un amplio y variado conjunto de esculturas y elementos ornamentales por lo que su elaboración duró varias décadas, quedando finalizado en 1624, cuando pudo ser contemplado y disfrutado por el rey Felipe IV, que acudió acompañado de su valido el Conde-Duque de Olivares. El párroco comentó a Ignacio que este monarca no había sido el único que había visitado este templo, pues Alfonso XIII también pudo reconocer la belleza de ese edificio en mayo de 1925.

Ignacio habría permanecido más tiempo gozando de la extraordinaria propuesta artística recogida en este edificio, pero era consciente de que debía descansar antes de su cita con otro arte, el de la tauromaquia, a las cinco de la tarde. El párroco le deseó que saliera por la puerta grande de la plaza de toros, pero nuestro protagonista tropezó al salir del templo, lo que le provocó un mal presentimiento: quizás esa tarde se vería obligado a salir por otra puerta…

Detalles del interior y del exterior: el retablo, fachada, imágenes del retablo, una de las vidrieras y figura de la fachada.