Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia

Aunque el reinado de Carlos I empezó con ciertos problemas en las tierras castellanas, que se pusieron de manifiesto en la revuelta comunera, una vez superada esa resistencia inicial Castilla fue la base de la política de los Austrias en el siglo XVI y parte del XVII, lo cual resultaba lógico pues durante ese período constituyó el territorio más dinámico de la monarquía hispánica. La prosperidad económica y demográfica fue más evidente en los territorios castellanos situados al norte del Sistema Central, aunque otros enclaves más meridionales, como Toledo y Cuenca, también mostraron un notable dinamismo.

Para las tierras que actualmente conforman la provincia de Ciudad Real, podemos afirmar que, en líneas generales, el siglo XVI fue una etapa de crecimiento, pero con porcentajes más modestos que en la mayor parte del resto del territorio castellano. Aunque no contamos con fuentes demográficas muy fiables, a partir del análisis de diversos documentos como vecindarios, libros de visitas y, sobre todo, las Relaciones Topográficas de Felipe II, se puede concluir que se produjo un aumento de la población en el territorio que configura nuestro ámbito provincial, si bien, este incremento no fue homogéneo ni en el tiempo ni en el espacio.

Probablemente el área que experimentó un mayor crecimiento de población fue la correspondiente al noreste de la provincia, es decir, el territorio perteneciente a la Orden de San Juan, donde algunos núcleos como Campo de Criptana llegaron a quintuplicar su población, pasando de poco más de 1.000 habitantes a principios del  XVI a más de 5.500 a finales de esta centuria. Alcázar de San Juan también experimentó un destacado crecimiento al pasar de unos 3.700 habitantes a principios del Quinientos a unos 7.500 a finales de este siglo. El aumento de los pobladores de la comarca de San Juan también se pone de manifiesto por la fundación de nuevos enclaves como Argamasilla de Alba y la repoblación de Pedro Muñoz. El incremento demográfico que experimentó este territorio no se debió únicamente a la aportación procedente de una elevada natalidad, pues no se habrían alcanzado esas cifras sin la llegada de importantes contingentes de población procedentes del área serrana de Cuenca y Teruel.

Izq.: Mapa de Castilla la Nueva según las Relaciones Topográficas de Felipe II. Dcha.: Vista aérea de Alcázar de San Juan marcado con sus antiguas murallas que indican la extensión de la población en aquella época.

En la zona del Campo de Montiel hubo tres núcleos que mostraron un especial dinamismo demográfico. Membrilla y La Solana duplicaron su población a lo largo de este siglo al pasar de unos 2.000 habitantes en los primeros años del Quinientos a unos 4.000 a finales de la centuria. Villanueva de los Infantes casi triplicó su población en este mismo período al pasar de unos 2.000 a casi 6.000 habitantes, a lo cual, sin duda, contribuyó el hecho de haberse convertido desde 1573 en el centro religioso y administrativo de la comarca.

En el Campo de Calatrava también se aprecia un importante incremento demográfico, aunque éste no fue muy notable en el primer tercio del siglo XVI. Habrá que esperar al último tercio de esta centuria para encontrar los aumentos de población más destacados, en lo cual influyó la llegada de un importante contingente de población morisca que fue expulsada de las Alpujarras granadinas tras la revuelta que protagonizaron en 1569. A finales del Quinientos las poblaciones más destacadas de esta comarca eran Manzanares y Puertollano con unos 4.000 habitantes, Almodóvar del Campo con unos 4.500, Valdepeñas con unos 5.600, Almagro con unos 7.700, siendo los núcleos más poblados Daimiel y Ciudad Real con unos 8.600 habitantes.

Imagen de Don Quijote en una venta que muestra una escena diaria de la vida social en nuestras tierra en el siglo XVI.

 

Según el historiador Domínguez Ortiz, la población asentada en el territorio de la actual provincia de Ciudad Real en 1591 alcanzaría la cifra de unos 105.000, aunque otros autores consideran que podría ser ligeramente superior. Por lo tanto, la densidad de población sería muy baja, de poco más de 5 habitantes por kilómetro cuadrado, cifra bastante inferior a la media que en esos momentos presentaba Castilla, que se situaba en torno a los 16 habitantes por kilómetro cuadrado. A pesar del incremento generalizado que experimentó la población no debemos olvidar que de forma periódica se produjeron crisis demográficas causadas por malas cosechas o por graves epidemias como las producidas en 1507, 1548, 1557 y 1579.