El verano se ha instalado entre nosotros. Aquí, en nuestra provincia, suele tener como mínimo cuatro meses de duración. Desde mediados de mayo a mediados de septiembre. Así que da para mucho. Para cambiar de vida y para seguir soportando la de siempre. Para prepararse para las vacaciones y para el curso que viene. Para disfrutar del calor, y del frescor de la sombra y del aire acondicionado. Para marcharse lejos y para permanecer en nuestras calles, parques y plazas. O encerrado en casa, a oscuras, mientras el ventilador alivia la eterna jornada calurosa. Así lo vivimos los ciudarrealeños.

Lo recibo con muy mala sombra. No puedo con el verano. No me gusta. Lo único los 15 días que tengo de vacaciones. Entonces me voy a la playa. Por la zona de Torremolinos y Benalmádena. Bien vamos a un apartamento o a algún hotel. Somos cuatro y la abuelita, y vamos solos, nada de otros familiares o amigos”. Esta es la opinión de un ciudarrealeño, camionero de profesión, que, en uno de esos días de tórrido calor que se nos colaron a mediados de mayo, intentaba sobrellevarlo a la sombra del parque de Gasset.

Sin embargo no es esta la visión mayoritaria de nuestros ciudadanos, incluida la esposa de este correcaminos que sueña con los días fríos del mes de noviembre. Para ella el aire acondicionado y el ventilador pueden hacer perfectamente llevadera una estación que, según un gran número de personas es alegre, luminosa, llena de actividad, piscinas, paseos, fiestas y verbenas y, sobre todo, vacaciones.
Porque el verano, visto desde nuestra capital y su comarca, sugiere dos cosas: un calor bastante agresivo del que debe huirse como de la peste, y unas vacaciones en lontananza que nos compensarán de las penalidades sufridas a lo largo de todo el año. Y aquí se termina el sentimiento común, puesto que hay tantos veranos como personas, aunque esas personas terminen todas ellas juntas, durante quince días, en la playa de Torremolinos.

El verano más que una estación es una sensación y cada cual la interpreta según sus circunstancias. Por ejemplo, el trabajo. Hay trabajos de verano como los hay de invierno. El sector de la restauración sabe bastante de eso, especialmente si nos centramos en las terrazas que, como manchas de aceite, empiezan a invadir aceras y plazas. Porque una de las actividades que, en general, crecen en verano, es el disfrute, sobre todo a partir de las últimas horas de la tarde, de las terrazas, sus cervezas y cenas al aire libre, algo generalmente vedado al resto de año. También proliferan fiestas patronales, verbenas y bailes al aire libre, que conllevan actuaciones de músicos, traslados de infraestructuras para conciertos, actividades taurinas, montajes y desmontajes de carpas y restaurantes portátiles, lo que se traduce en “un sin vivir” de actividad. Un verano agotador pero a la vez generador de trabajo y de ingresos que pueden solucionar desde negocios enteros que viven de esta temporada alta (caso de restaurantes, grupos musicales, o cuadrillas taurinas), hasta la posibilidad de que muchos jóvenes puedan terminar su carrera universitaria gracias a estos trabajos de verano.

Dentro de este grupo de “veraneantes en el tajo” podemos incluir también a los vendedores, montadores y mantenedores de piscinas, aire acondicionado, incluidos los talleres de automóviles, jardines, trabajadores del sector turístico, feriantes, vigilantes de seguridad o incluso muchos trabajadores de obras públicas, o de la construcción privada, que aprovechan los meses de calor para realizar obras vedadas en los meses fríos.

Sin embargo, aunque esta es una realidad palpable, la mente del ciudadano común sigue pensando que el verano es vacaciones y piscinas. Y no le falta razón, porque lo que el verano sí trae es menos trabajo en una parte de la población, especialmente la más joven, o sea, los estudiantes, pero, sobre todo, el cambio de los usos del ocio. La mayoría de los encuestados con los que ha hablado Ayer&hoy coinciden en señalar que en estos meses salen mucho más de casa, pasean, disfrutan de las piscinas, ya sean públicas o privadas, llenan los parques y las terrazas, y se desplazan para disfrutar de las vacaciones.

Este cambio de hábitos, de olvidarse de la casa y tomar la calle se produce todos los días, ocupando las horas de final de la tarde e inicio de la noche, a lo largo de la semana, para intensificarse los sábados y domingos. Las piscinas municipales y algunos complejos de ocio privados, o semiprivados como pueda ser La playa del Vicario con sus piscinas, restaurante y zonas deportivas, así lo muestran. Familias enteras cargan con todo tipo de enseres y personas (sillas, mesas, toallas, comida, niños, mascotas, parasoles, bronceadores, amigos, conocidos y algún desconocido…) y se embarcan en jornadas completas de baño y paella bajo las inclemencias de los rayos solares que durante parte de junio, julio, agosto y parte de septiembre, rondan los 40 grados. O aterrizan, pasadas las ocho de la tarde en cualquier terraza, sueltan a los niños en los castillos hinchables, y disfrutan de una cena basada en raciones y cerveza de barril.

Claro que no todos pueden permitírselo desde el punto de vista de la economía, por lo que su verano se limita a cambiar los hábitos en el propio hogar, combatiendo, de entrada, ese calor que tanto incomoda a nuestro camionero. Ventanas cerradas, ventiladores zumbando, siestas, gazpachos, ensaladas, agua del frigorífico, y veladas nocturnas a la puerta de la calle, en grupos vecinales, son las argucias de los “económicamente débiles” para transitar con tanta pena como gloria por estos meses calcinantes.[ezcol_1half]Las vacaciones. Pero si hay algo que define el verano son las vacaciones. O sea, que hay quien se va de vacaciones, y quien se queda. Los que se quedan, salvo raras excepciones, es porque no les queda más remedio. Y como todos sabemos, porque a estas alturas ya nos conocemos muy bien, o nos quedamos por motivos de trabajo o simplemente porque no podemos permitirnos el lujo de marcharnos ni siquiera una semana a la playa más cercana. Sobre este último punto hemos detectado que, muchas personas que hace años tenía a gala tomarse sus quince días de asueto y tueste natural en cualquiera de las muchas playas de que dispone nuestra costa mediterránea, ya no lo hacen. Y lo explican con sólo tres palabras: por la crisis. Hay quien durante veinte años se recorrió la costa de norte a sur, cada año en un lugar distinto y ahora se va al pueblo. Porque éste viene a ser ahora el sucedáneo de quienes en tiempos mejores optaron por Benidorm.

Todos aquellos que por motivos sociales (¿tendría algún sentido gastarse un dineral para pasar dos semanas achicharrándose en cualquier tostadero mediterráneo, entre miles de personas amontonadas que pululan alrededor como plaga de langosta, si no le pudiésemos después contar a nadie lo bien que lo hemos pasado?) no pueden permitirse el gasto que un hotel o apartamento requiere para zambullirse dos veces al día en las olas del mar, optan por refugiarse, durante un mes o dos, en el pueblo de sus ancestros, donde aún conservan familiares con casa, ya sean padres ancianos, tíos también jubilados, o primos tolerantes, que aún reciben con los brazos abiertos a quienes huyen de los calores de la capital.

Las ventajas reales de estas vacaciones están fuera de toda duda. Primero, son casi más elegantes que las de la playa abarrotada, (“a mí la playa cada vez [/ezcol_1half][ezcol_1quarter]me aburre más, huyes de la gente y te encuentras que allí no puedes dar un paso”); segundo el clima suele ser mejor, más suave y fresco por la noche, especialmente en nuestros cercanos Montes de Toledo; tercero mucho más barato, ya sea en la comida, los bares o el hotel, ya que al menos éste, la casa de los familiares, suele ser gratis; cuarto, se aprovecha de paso para disfrutar de las fiestas patronales, con lo que también hay ahorro en espectáculos; y finalmente uno puede presumir de lo bien que le va en la capital frente a los del pueblo que, un poco, todavía les envidian.

Otro sector social que también prepara concienzudamente sus vacaciones, y con quien nos hemos topado en nuestra investigación, son los inmigrantes, sobre todo aquellos cuyos países se encuentran [/ezcol_1quarter][ezcol_1quarter_end]relativamente cerca de España, caso de Rumanía o Marruecos. Sus vacaciones suelen ser de un mes, pero no todos los años pueden tomarlas. Unas veces por motivos de trabajo, el cual no pueden abandonar, ya que muchas veces son trabajos temporales y cambian de unos a otros, otras porque no han tenido tiempo de ahorrar lo suficiente. En lo que sí suelen coincidir es en que, cuando pueden tomarse vacaciones estas son de un mes, para amortizar el viaje, y que suele ser el de agosto el preferido.

Finalmente están quienes tienen dinero, tiempo, libertad, y ganas para irse a donde les da la gana. Son pocos, pero sabemos que los hay. También es verdad que en nuestra encuesta de calle no hemos topado con ninguno. Es incluso posible que estuviesen ya de vacaciones.[/ezcol_1quarter_end]Preparando el regreso. No podemos terminar este reportaje sin hacer mención a otra característica del verano. Y es que también se termina. Por eso parte del mismo lo dedicamos a prepararnos para el otoño. Y esto no es contradictorio con lo que ahora estamos tratando aquí, que es prepararnos para el verano, puesto que el tiempo es un constante fluir y una cosa nos lleva irremediablemente a la otra. Por ejemplo: los estudios de quien no aprueba el curso. O la compra de los materiales o ropas para el curso que empieza en septiembre. Esto también forma parte del verano. Son muchas las academias que abren ahora la matrícula para que quienes no han podido superar las asignaturas en el mes de junio, puedan irse preparando, en horarios flexibles, y permitiendo tiempo para el ocio, preparar los exámenes de septiembre. Y esto sirve para chicos y grandes. Especialmente bachilleres y ESO.

También estos meses son buenos para sacar el carnet de conducir, algo que las autoescuelas saben, por lo que preparan ofertas para jóvenes estudiantes, ya sean en cuanto a horarios o tarifas. Lo mismo ocurre en el aprendizaje o refuerzo de idiomas.

Y como decíamos antes en pleno mes de agosto se empiezan a repartir los libros del curso siguiente que antes se han debido reservar, al igual que la matriculación en los colegios, lo que viene acompañado de la ropa (la del verano a estas alturas ya casi debe estar comprada) que hemos de llevar en la temporada otoño-invierno, caso de los uniformes escolares. Los abrigos y chubasqueros ya forma parte de otro mundo, el del otoño, al que sin duda dedicaremos otro reportaje.

Algunas opiniones. Damos a continuación algunas opiniones sobre lo que el verano significa para algunos ciudarrealeños, cómo lo toma, cómo lo viven o cómo lo soportan.

[ezcol_1half]“A principio de mayo empiezo ya a preparar las cosas. Saco la ropa de verano, sobre todo de algodón. Pienso en las vacaciones. Cambio la forma de cocinar y las comidas, alimentación en plan frío y empiezo a llenar el frigo de helados. El verano lo paso mitad fuera, o bien en la playa del Mediterráneo o en Asturias, donde tengo familia. A los niños, como son pequeños, les empiezo a meter algo de lectura y caligrafía”.

“Como soy rumano me voy siempre un mes, agosto a mi país, aunque no siempre puedo. A mí me gusta mucho el verano en Ciudad Real. Aunque hace mucho calor, pero por eso me gusta. No gasto dinero ni en terrazas ni en bares ya que todo el tiempo libre lo paso con los amigos saliendo al campo. También a pescar”.

“El verano apenas me cambia la vida, salvo que salimos de viaje mi mujer y yo. Vamos a un balneario o a la playa, donde pasamos dos semanas y cambiando de destino de año en año. Así hemos terminado por conocernos toda la costa española, aunque la que más nos ha gustado es la Costa blanca, en Alicante. Y la de Azahar. Cuando nuestros hijos eran pequeños siempre íbamos a sitios donde hubiese piscina”.

“No me planteo vacaciones porque nunca me las he podido permitir. Las cojo durante la época de vendimia para trabajar en ella. Además las he utilizado para ejercer mi tarea como músico, yendo [/ezcol_1half][ezcol_1half_end]de pueblo en pueblo, como decía Serrat, de “titiritero”. La viña o la aceituna. El único tiempo libre que tengo es algún fin de semana. Tengo muchos trabajos para malvivir entre todos. Y no me quejo, tengo donde agarrar. Ahora soy conductor de turismos y músico docente, ya que doy clases de guitarra, laúd y bandurria”.

“Llevo tres años que no voy de vacaciones por motivo de la crisis. Antes sí solía ir todos los años, principalmente a Gandía. Estaba durante 15 días en un apartamento. Todos los años al mismo sitio. Iba con mi marido, mis hijos y dos parejas más. Los gastos entre todos. Nos organizábamos muy bien, distribuíamos el trabajo entre hombres y mujeres, nos alternábamos. Otras veces comíamos fuera. Ahora no gasto más dinero en verano que en invierno. Tampoco suelo ir de terrazas. Sin embargo, aunque no pueda hacer la vida que hacía antes prefiero el verano muchísimo más que en invierno”.

“El verano me gusta mucho, sobre todo por la piscina. La tengo propia. Aprovechamos para cenar al aire libre. El mantenimiento de la piscina la lleva mi hermano pequeño, pues yo no tengo hijos. Cuando llega el buen tiempo paso mucho tiempo en los parques paseando. Cuando no había crisis nos íbamos de vacaciones, siempre a la playa, unas veces a Benidorm, otras a Murcia, cambiando de sitio por si cambiaba el ambiente. Siempre dos semanas en un hotel”.[/ezcol_1half_end]